La ignorancia mata a los pueblos.

 El título no es mío. Esta tomado de una frase de José Marti, un literario modernista y creador del Partido Revolucionario Cubano en el siglo XIX. Asi que la frase aunque pueda parecer actual o profética, no lo es, tiene su tiempo y sus circunstancias. Pero contiene algo de eso que llamamos postmodernidad. Y eso no es todo lo que puedo decir de ella. Hay más, la frase contínua.

De los pueblos de otras personas se pueden decir muchas cosas desagradables delante de mi y yo no abriré la boca, pero no del mío. Yo naci en Placetas, en el centro de aquella isla.  El poblado tuvo categoría de villa en mil ochocientos setenta. Yo no sabía cuanto lo apreciaba hasta que llegaban mis primos de La Habana y comenzaban a quejarse del lugar donde sus padres los habían traido a ver los abuelos. Que si habían muchos animales, que si sólo habían dos cines, que no habían guaguas para ir de una punta del pueblo a la otra, que si en la heladería sólo había vainilla y chocolate, que si no había playa, que si esto, que si lo otro. Entonces un espíritu de impiedad se apoderaba de mi y les hacía la vida imposible durante las vacaciones. Eso fue en la infancia. Despúes cuando viajé a Europa y establecí allí mi casa comencé a ver mi pueblo con otros ojos. Los de la añoranza. La añoranza no está catalogada como una actitud peligrosa. Pero la ignorancia si.


En las tertulias políticas de la televisión cuando se le quiere hacer daño a alguien se le dice que es un ignorante. Esta es una palabra que tambien he escuchado utilizar en los contextos cristianos como un arma arrojadiza. Pero, ortográficamente hablando, ignorante es un adjetivo que se aplica a la persona o grupo social que no posee conocimiento de las cosas. Por ejemplo, a las personas que creen que la tierra es plana se les llama ignorantes, como también se les denomina asi a los que sostienen que los personajes que acudieron en la infancia de Jesús a ofrecer oro, incienso y mirra eran tres y eran reyes. Los evangelios no sostienen estas creencias. En ocasiones, la palabra ignorante no posee un sentido peyorativo si se hace uso de ella para señalar a una persona ingenua o inocente. Otras veces si. Otras veces es como un golpe bajo. Hiriente. Una ofensa.

De la ignorancia se han dicho muschas cosas. Muy pocas buenas. Los textos del canón bíblico, tanto hebreo como griego, hacen mención de ella y no la dejan en buen lugar. Muchos hombres y mujeres la han descrito con lujo de detalles. Para unos es una especie de maldición, una noche de la mente sin luna y sin estrellas, para otros es algo tan común como el pan que comemos cada día y también la madre de todo los miedos. Casi todos la etiquetan de enfermedad y algunos hasta sostienen que propicia el mal humor y que hace que nos volvamos seres despreciativos. 

Pero hay otra realidad que me circunda y es que no quiero despreciar a nadie ni a nada por mi ignorancia, no quiero estar enojado con la vida por cosas que no comprendo, no quiero permanecer en esa especie de noche sin luz agazapado como un perro bajo la lluvia, no quiero ser un ser humano maldito que opta por quedarse acomodado en el no saber, en el no preguntar, en el no escuchar, en el no hablar. No. Definitivamente no quiero eso para mi. Pero tampoco para tí.

Si, la ignorancia mata a los pueblos, por eso es preciso matar a la ignorancia. Esta es la segunda parte de la frase. Asi que ahora entenderás porque cada vez que viajo a Placetas, llevo libros y los dono a la biblioteca del pueblo sin tanto bombo ni platillo. Y es que con los años he aprendido que cada persona da lo que tiene. Unos ofreceran rosas y otros serpientes. Yo no tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo ofrezco. ¡Asi que levantáte y lee!

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