Nos dijeron que todo esta perdido.
Y es que hay días que las malas noticias salen a nuestro encuentro como si
fueran un saludo. Y es que todo lo que conocemos está sujeto a la decadencia.
Al deterioro. A la muerte. O al menos eso es lo que parece desde nuestra
ventana. Hay días que la muerte toca a nuestra puerta con sonidos sutiles. Y
eso nos lleva a pensar que su fuerza es más arrolladora que la fuerza del amor.
Pero no dejemos que las apariencias nos engañen.
¿Por qué Jesús viaja a
Betania?, me preguntaba uno de los estudiantes de la universidad durante el
último de los desayunos de oración. He estado pensando en la respuesta que le
voy a ofrecer cuando le vuelva a ver. Porque nos volveremos a ver. Sospecho que
Jesús hace el viaje para enfrentarse con la muerte de un amigo, aunque algunos
pensarán que es para consolar a la familia desconsolada. Jesús hace el viaje para tratar de cerrar el
agujero gigante que nos deja la no compañía de alguien que queremos y que ya no
estará más. Jesús hace el viaje hasta Betania
porque se está preparando para enfrentarse a su propia muerte. A fin de cuentas
nuestras vidas son un largo viaje de preparación: nos preparamos para darnos
por los demás. Jesús viaja hasta Betania para liberarnos de los apegos que nos
mantienen enclaustrados al pasado y al futuro. Jesús viaja a Betania porque
quiere que en el presente de Marta y María se manifieste el amor incondicional
del Sr. Dios.
La teología lleva siglos
intentando interpretar el mundo que tenemos y la vida que vivimos, pero sigue
sin prepararnos para el gran dolor que deja tras sí la muerte. Y es que las
doctrinas teológicas con que a veces nos cubrimos las espaldas no nos aquietan.
No son operativas. No nos evitan el llanto ni el duelo. Y necesitan ser
experimentadas entonces. Por ello la llamada de atención de Jesús a Marta. A
que no se quedara con el dolor entre las manos y que le mirara a él.
Es la fe, la que nos permite
vivir en este mundo de flores y serpientes, la que nos ha tendido la mano y nos
abraza cuando llega ese momento en que dejamos de respirar. Llegamos al mundo
tomando una bocanada de aire y nos iremos de él cuando no tengamos más oxígeno.
Si, la fe de la que tanto hablan los creyentes no es otra cosa que fe en la
resurrección.
Y la resurrección de la cual
habla Jesús tiene que ver con la sorpresa, con lo inesperado, con el encuentro
con el Sr. Dios y estar preguntándose el cómo será después de la muerte
física es una distracción. Un entretenimiento. Es la resurrección el momento en
que la línea que nos separa del Sr. Dios se rasga de arriba a abajo y entonces
estamos donde El está. Y donde se nos llaman por nuestro nombre real y no por
el que nos dieron nuestros padres: querido hijo, querida hija.
Si, somos los amados del Sr.
Dios aun en medio de la falta de pan, aún en la ausencia del éxito, aun
careciendo de poder. En este mundo, la muerte nos puede quitar todo lo que
seamos capaces de agarrar entre nuestros dedos. Todo. Pero no nos puede
arrancar el hecho de que somos los hijos e hijas del Sr. Dios. Y que somos
amados con un amor más fuerte que la muerte. Un amor que llega más lejos. Un
amo que es capaz de quitar las piedras del camino y que nos obliga a salir a la
luz del sol.
Nos dijeron que todo estaba
perdido, pero no es verdad.
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