Hablando sobre el otoño y el miedo al amor


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El otoño ha comenzado pronto. Estoy caminando por un estrecho sendero entre abetos. En el cielo se avizora tormenta.

En la Grecia antigua los padres del dios del miedo, Deimos, eran Ares, dios de la guerra y Afrodita, diosa del amor. Pero Deimos tenía un hermano gemelo Fobos. Así que usted y yo podemos presuponer que el amor, en todas sus vertientes, puede ofrecernos mucha guerra o también mucho miedo.

En el mundo clásico se hablaba de la  filofobia. Nosotros simplemente le conocemos como el miedo que percibe una persona a enamorarse o sentir amor. Para algunos será un problema sin importancia, para el que la sufre es un infierno, pues el amor implica, entre otras cosas,  desnudarse, dejarse conocer, mostrar las oscuridades internas y esto nos aterra.

Los síntomas de la filofobía son parecidos a los de cualquier otra fobia: ataques de pánico, desórdenes gastrointestinales, latidos irregulares del corazón, sudores, falta de aire, insomnio y un deseo sin frenos de abandonar la situación cuanto antes, como mecanismo de escape para evitar la ansiedad. Pero ahora podemos sumar otro: la persona que experimenta el miedo al amor, se aísla, se queda muda y rompe toda comunicación de manera repentina con la persona que trata de estar a su lado.

La mala noticia es que todos alguna vez en la vida hemos sentido sobre nuestra piel como este miedo nos acaricia y nos musita al oído. Pero he de esclarecer el término, para una mejor comprensión: la cuestión no es tanto el temor al amar como el miedo a ser rechazados, a no dar la talla, a decepcionar, a ser abandonados después de abrir nuestro corazón hacia los cuatro puntos cardinales.

La buena noticia es que la filofobía no surge de la noche a la mañana. No. Es un proceso. Y está relacionada con nuestro pasado, con las veces que nos han roto el corazón. Con lo experiencial de las relaciones interpersonales. Y es que nuestra mente es acumulativa y en ocasiones se quiere vengar de nosotros mismos. Y es entonces cuando nos erigimos en nuestro peor enemigo. Así que hay que darse un permiso a la hora de escuchar al pasado y es no permitirle que nos diga dónde está nuestra propia felicidad. 

Este otoño ha comenzado sin anunciarse. Estoy caminando bajo la lluvia entre los abetos  y con el corazón roto.

 



 

 

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