Acoger duele.

Dice mi amigo Herrmann, que hay tres maneras de reaccionar ante una ofensa. El las nombra por este orden: primero, la oposición; segundo, la aceptación y tercera, la rendición. El dice que la primera y la segunda son algo así como el mismo perro con diferente collar. Pues tanto cuando te opones a algo como cuando lo aceptas estás asumiendo un rol de autoridad, y estás poniendo mucha distancia entre tú y la otra persona. Yo pienso que son las más comunes y fáciles de asumir por todas las personas que viven la postmodernidad con orgullo.

Pero la tercera, la rendición, es la más políticamente incorrecta. Atemporal y dolorosa.

Cuando me veo moviendo la cabeza afirmativamente o diciendo: si, si, tienes la razón. Sé que en el fondo estoy aceptando algo que el otro hace, dice o sufre.

Otras veces me veo encima del burro o atrincherado entre mis buenas tradiciones y las costumbres decentes que me inculcaron mis padres y digo con rotundidad: No. No es así. Esto es lo equivalente a decir: Te has equivocado tú, así que déjame en paz.

Rendirse es una palabra con mala prensa. Nadie quiere rendirse. Ni los familiares de un enfermo terminal, ni la esposa que duerme cada noche con un extraño que la ha dejado de amar, ni los ancianos que ya no pueden hacer las cosas que hacían antes. Para nuestro tiempo la rendición es sinónimo de fracaso, de muerte, de invisibilidad. Así que mantenemos con vida artificial a quien amamos, o mantenemos las apariencias para evitarles sufrimientos a los hijos. Si Ud. busca en una librería verá que hay muchos más libros de autoayuda dedicados a ser mejor, más productivo, tener éxito, más dinero, ser más independiente, más convincente, más elegante, más seductor; que los que te invitan a ser más humildes.

Pero rendirse tiene otro significado. Distinto al anterior. Más geográfico. Rendirse la mayoría de las veces es acoger al que es diferente. Ver en el otro parte de ti. Es pronunciar las palabras: Tu tienes la razón, yo estaba equivocado. Rendirse es ponerse por debajo del otro. Más abajo. Reconocerse inferior.

Y esto, he de confesar, no es fácil. No es precisamente fácil, diría Hermann. Ya sé que es muy doloroso reconocer que lo hemos hecho mal. Pero te da tanta libertad.

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