Hay algunos dinosaurios del rebaño que no quieren venir a la iglesia. Algunos han perdido el hábito de congregarse y se han inventado otra actividad para la mañana del domingo. Pasean por el valle. Miran como fluye el río. O hablan del pasado como si fuera un album de fotos. Para ellos regresar es una labor ardua. Y cada día que pasa les cuesta más. Haría falta un milagro o una hecatombe para hacerlos regresar.
Hay otros que están enojados. Tan enojados que no son capaces de recordar el motivo de su marcha. O siguen enfadados por algo que pasó hace veinte años y cada día rememoran mientras se limpian las heridas para evitar que cicatricen. Siguen soñando con la iglesia que conocieron y que ya no existe. La añoran; pero no están dispuestos a salir de la trinchera.
Cuando me los encuentro, soy tentado a decirles: ¿Así que ya no quieres venir a la iglesia? Pero acabo por morderme los labios. Los funerales de un amigo en común no son lugares para debates existencialistas.
Hay otros que están enojados. Tan enojados que no son capaces de recordar el motivo de su marcha. O siguen enfadados por algo que pasó hace veinte años y cada día rememoran mientras se limpian las heridas para evitar que cicatricen. Siguen soñando con la iglesia que conocieron y que ya no existe. La añoran; pero no están dispuestos a salir de la trinchera.
Cuando me los encuentro, soy tentado a decirles: ¿Así que ya no quieres venir a la iglesia? Pero acabo por morderme los labios. Los funerales de un amigo en común no son lugares para debates existencialistas.
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