Entendiendo las gripes y los dolores de huesos.

Según la tradición derviche el acto de discutir, gritar e imponer los puntos de vista los inventó el diablo, por lo tanto ha de estar rigorosamente prohibida en cualquier comunidad. Incluso en la convivencia entre un pastor de dinosaurios y su rebaño.

Las experiencias de campo me echan en cara que cuando discuto con algún miembro del rebaño siempre pierdo. Cuando he maniobrado y calculado para imponer mi manera de entender la vida me enrolo en una especie de discusión, y desde ese mismo momento, sin saber el por qué ni el cómo, ya he perdido.

Los derviches del otro lado del río, han comenzado a entrenarme para decirme a mí mismo: Los otros tienen la razón.

Los ejercicios son sencillos. Parten de la idea peregrina y poco fundamentalista, de que cuando el otro te dice algo, por muy descabellado y absurdo que te parezca haz de aceptarlo sin pronunciar ningún escollo o hacer una objeción lapidante. Aunque no te haya caído bien o te cause escozor lo dicho, puedes aceptarlo. Simplemente comprueba que el mundo sigue girando aunque el otro no piense como tú.

Ahora releo los apuntes que hice cuando era un estudiante de Consejería Pastoral. El consejero nunca discute con el que pide ayuda. El consejero escucha, y si abre la boca, es para hacerse una idea más clara de lo que está aconteciendo. Y como no asume un rol fiscalizante, el otro se relaja confiadamente, sabiendo que no lo van a enjuiciar.

Los derviches me invitan a hacer lo mismo con los dinosaurios: escuchar. Dicen que discutir es como una enfermedad. Y ahora entiendo porque en el último año hemos tenido tanta gripe y dolores de huesos.

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