Hablando sobre el pollo asado sobre ruedas de piña.

Los amigos piensan que los invito a casa para que degusten los platos típicos de aquella isla que les preparo con esmero y cariño. Pero mi intención es otra. Realmente les ofrezco mucho más que alimento para el cuerpo.

Sobre la mesa acabo poniendo un arroz cocinado con judías negras, pollo asado sobre ruedas de piña, yucas fritas, ensalada tropical aderezada con zumo de mandarina y de postre un helado de mango con trozos de cacao. Pero esto no es todo, también, entre los platos voy colocando un poco de amistad, buenas conversaciones, un poco de confraternidad y mucha familiaridad.

Cuando les digo: Coman sin vergüenza o ¿quieren más?, no es sólo por protocolo o para que se vaya de casa hinchado como unos sapos. En realidad me estoy dando yo mismo a ellos. Me ofrezco para ser también el alimento y la bebida. Pretendo que me vean tal como Dios me ve.

A medida que mis convidados comen se van estableciendo lazos no visibles de intimidad y compasión. Al final ya no soy un extraño para ellos ni ellos para mí. Y ocurre el milagro de la comunión.

De no ser la cruz el símbolo del cristianismo, seguro que su lugar lo ocuparía una mesa.

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