El duro oficio del heredero.

Recibir una casa en herencia suele ser una buena cosa. Tiene su prestigio social. La gente te mira afablemente y te enseñan los dientes con un poco de envidia. Y hasta te invitan a tomar un té de Ceylán los que nunca lo habían hecho.
Pero eso es ocurre a nivel de calle. En el mundo exterior. Cuando entras y cierras la puerta el desastre comienza.
Y es que es una tragedia cuando tienes que comenzar a limpiar y a decidir con que te quedas y que tiras a la basura. Y es que todas los objetos que hay dentro de la casa tienen su historia y sus sentimientos.
Por ejemplo, aquel cuadro con la imagen de alquien que no sabes ni el nombre, pero que te mira con dulzura, ¿Qué harás con él? ¿Lo atesorarás?
¿Y los libros? Bueno con los libros el asunto asume tintes de duelo nacional. Me niego a tirar libros al contenedor de papel y cartón. Los arrincono intentando no verles y asi salvarles.
Primero se van las ropas con estampados de otros tiempos, los zapatos inundados de polvo y que si pudieran hablar dirían donde han estado, las lamparas con colores chillones que no me explico cómo alguien pudo meter en su casa, los jarrones, los floreros y las cortinas.
Después salen los muebles descoloridos pero que formaron parte de la familia como si fueran unos animales de compañía pero con el inconveniente de que no movían la cola ni ronroneaban. Le siguen los electrodomésticos donde se hicieron comidas, coladas, donde se enfriaron bebidas para festejar aniversarios y cumpleaños.
Y es que a medida que la casa va quedando vacia tú te vas llenando de polvo y te garraspea la garganta.
Si, recibir una casa en herencia suele ser una buena cosa, pero nadie te ha anunciado previamente que acabas teniendo un nudo en la garganta y unos libros en las manos que intentas salvar del destierro.

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