Hablando sobre las tarjetas rojas.

Vengo de Barcelona con paz en el corazón y con las manos limpias. Es una sensación nueva para mí. Siempre experimenté que los Sínodos Generales eran cansinos, repetitivos, administrativos, burocráticos, formales y desgastadores. Pero esta vez no ha sido así. Contra todo pronóstico no ha sido así.

Por primera vez pude hacer uso de la confianza que depositó mi comunidad en mí mediante tarjetas para votar a favor o en contra de una propuesta. Y es que no fuí al Sïnodo General de la IEE para decir mi opinión o parecer, sino que me eché a la espalda el modo de ver la vida de cincuenta personas que se habían quedado en Zaragoza.

La dinámica de las votaciones es muy sencilla. Si estás a favor de una propuesta levantas la tarjeta verde. Si estás en contra, la roja. Si te abstienes, que es como en la peninsula se le llama a la acción de ser indiferente, levantas la amarilla.

He de confesar que use más la tarjeta verde que la roja y la amarilla. De hecho puedo decir sin tapujos que hice uso de la amarilla una vez y de la roja dos veces. Pero nunca fue pensando en mis gustos estéticos ni en mis opciones políticas. Aunque los pastores tenemos gustos estéticos y preferencias políticas. Claro que las tenemos.

Pero el peligro no esta en levantar la mano. Lo realmente peligroso es levantar la mano con un color en minoria. Con un color perdedor. Y es peligroso, porque las demás personas inmediatamente te pueden adscribir, calificar, catalogar, encasillar encuadrar, etiquetar, compilar, inventariar, recopilar, reunir, agrupar, codificar, coleccionar, archivar, conservar, custodiar, encarpetar, fichar, guardar, registrar, distinguir, preferir, seleccionar y separar.

Y estas acciones dentro de una iglesia que pretende ser inclusiva es tan dañino, como introducir un elefante dentro de una cristaleria. No por los cristales que se rompan, sino por las heridas resultantes.

Si por decir la realidad nuestra de cada día puedes aparentar ser un tipo apocalíptico y triste, dí tu realidad. Si por intentar ser integro puedes aparentar ser de derecha; ejerce tu voto. Pero no te creas lo que los demás puedan decir de ti.

No somos lo que los demás dicen de nosotros. Nunca lo somos. Y es que hay otra realidad dentro de nosotros. Somos hijos de Dios. Y estamos llamados a escuchar al mundo con los dos oídos y a proclamar libertad incluso allí donde vivimos nuestra fe: nuestra comunidad.

No se si me han entendido; pero vengo de Barcelona con paz en el corazón y las manos limpias.

Comentarios