Pradejón no aparece en los mapas turísticos

He vuelto a Pradejón. Pero esta vez no fue para tener en la cocina de Julia la celebración de la Palabra, donde leemos las Escrituras y las comentamos y la Santa Cena, cuando compartimos entre todos el pan del pueblo y el vino. Esta vez nos reunimos en la iglesia parroquial del pueblo para despedirnos de Benito. Benito ha muerto. Ha sido un amigo en mis últimos siete años de idas y venidas por La Rioja.
Benito era un cristiano raro. Tenia una eclesiología muy diferente a la mía, si es que en realidad tengo alguna.Pero era un santo de estos tiempos. Cuando me regodeaba en hablar de los nubarrones que amenazan sobre el cielo, él se empeñaba en hablar del sol que sale tras las tormentas.
Benito alternaba su tiempo entre trabajar en la huerta familiar y cuidar a su hija menor que vive agarrada a una silla de ruedas desde hace cuarenta años.
De Benito atesoro algunos recuerdos y algunas palabras. Me llenaba la mochila de cebollas, pimientos y peras cada vez que regresaba a Zaragoza. Me decía que comiera sano y que tuviera paz. Que a fin de cuentas erámos los amados de Dios. Hoy sigo sin comer sano; pero tengo paz.
Ayer mientras todo Pradejón llenaba la iglesia parroquial, como es costumbre en los pueblos que se respeten, yo pude hablar de mi amigo, el que cultivaba cebollas y compartir la certeza de que somos los amados por Dios.
Pradejón no aparece en los mapas turísticos. pero cada mes retorno a él. Como las golondrinas lo hacen con la primavera, retorno. Como los arándanos silvestres en el verano, retorno. Como las hojas rojas y amarillas del otoño, retorno. Como el cierzo del Moncayo en invierno, retorno.

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