Ha llegado la niebla.

Los días del verano se han marchado
ya no están cerca,
y no es porque yo sea un tipo poco amable;
no es por eso,
no me juzques sin razones,
no me apuntes y abras fuego,
respira,
espera un poco.

El origen del problema es otro,
más sencillo y más discreto.
Ahora te cuento,
que tengo mis ideas,
mis puntos de vistas,
mis costumbres,
algunos confiesan que son descabelladas,
útopicas,
liberales,
e irreverentes.
Por poner un ejemplo tengo predilección por lo nubloso,
me hecho adicto a los grises,
hablo de los tonos no de los carácteres,
atesoro fotos en blanco y negro,
y acumulo canciones melancólicas.

Ya sé que son señales evidentes
por ser el hermano mayor,
el que nunca se fue de casa;
pero que está más pérdido y extraviado
que el pequeño de la familia.
Reconozco en mí los síntomas
de ser una oveja escarríada,
esa estúpida que se salta el cerco
y después bala atormentada
hasta que el pastor la encuentra
y se la echa a los hombros como un trofeo.

¿Qué si tengo cura o remedio?
-me preguntas.
No, no es algo que se cure o se remedie.
-te respondo.
Es sólo el tiempo,
o el clima,
o los días,
o la convinación de todo esto.

La única certeza que abrigo
que albergo
que doy asilo
que refugio
que amparo
que cobijo
que protejo
y que resguardo;
es que ha llegado la niebla a la ciudad.

Ha llegado.

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