Hablando sobre la gratitud.

Hay un refrán que oí en un viaje por el Báltico: Quién no es agradecido en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.

¿Realmente soy una persona agradecida? Esta es la primera pregunta que me surgió a raíz de la lectura de la epístola del día. Las demás preguntas vinieron después. ¿Sencillamente acepto las cosas que me pasan o trato de olvidar las cosas tristes que me suceden? ¿Ahora que se acaba el año que cosas recuerdo con gratitud?

Generalmente, porque no todos somos iguales, dividimos nuestro pasado entre las cosas buenas y las cosas malas que nos acontecen. Las primeras las anotamos. Las segundas tratamos de olvidarlas. Y es que somos seres dicotómicos. No sólo dividimos nuestro pasado, sino que nos especializamos en enumerar las cosas buenas en mayor proporción que las amargas. Y cuando llegan días como los de hoy intentamos que sean más los motivos por los cuales sentirnos agradecidos que los que nos arrojan a los brazos de las ofensas. Y conozco a muchas gentes que tienen más motivos para hacer una fiesta que para estar lamentándose.

Pero esta manera de vivir la vida, que podría resultar muy humana, tiene trampa; en realidad viviendo así no podemos ver todo nuestro pasado como un anticipo de lo que está por venir. Los frutos del Espíritu del que habla Juan no armonizan con esta manera de ver la gratitud.

Para algunos de nosotros ser agradecido es quizás mostrar una emoción en un momento determinante. Para otros quizás sea lo más común del mundo. Pero yo he de confesarles en esta mañana que para mí es una ardua labor. No siempre he visto la mano de Dios llevándome hacia delicados pastos. Y me resulta difícil porque me invita a ver los momentos más dolorosos de mi vida, como podrían ser la soledad y el rechazo, como instantes en los cuales Dios me ha estado abrazando.

Durante este año he aprendido algunas cosas. He aprendido por ejemplo que cuando alguien nos critica o nos dice palabras ofensivas no tenemos por qué pagarle con la misma moneda. He aprendido, también, que las personas agradecidas son las que se hacen un té y encienden una vela incluso en medio de las penas. Y es que ellas confían en que cuando pasen los días grises, por encima de las nubes el cielo seguirá siendo azul.

Poco a poco. Paso a paso voy aceptando ideas nuevas. Ideas como esa de decir: Todo es gracia. Si mi pasado está fragmentado entre lo bueno y lo malo; mi futuro resultará divisible también entre las cosas buenas que pueden llegar y las que nunca llegarán. Y eso es todo lo opuesto a la fe.

Durante años me había hecho a la idea de que la gratitud era como un acto que ofrecía cuando alguien me daba una cosa. Pero ahora acepto que también se convierta en una asignatura. La asignatura de la gratitud es el ardor que me impulsa a identificar que todo lo que soy y poseo me ha sido ofrecido antes por amor. Entonces, cuando pienso así, puedo elegir ser agradecido aún cuando mis emociones o mis sentimientos estén inundados de dolor y resentimientos.

Puedo darme permiso para ser agradecido cuando me critican y mi boca quiere responder con amargura. Puedo darme permiso para hablar de la bondad y de las cosas bonitas de la vida, aun cuando mis ojos estén buscando algo feo e injusto a mí alrededor. Puedo, incluso, darme permiso para escuchar las voces que hablan de perdón, aún cuando los sonidos que siga oyendo sean de venganza.

Siempre podremos elegir. Delante de nosotros está la gratitud o el resentimiento. Pero también está Dios en lo más profundo de mis oscuridades diciéndome: Nada te faltará. Así que hoy puedo elegir entre vivir en las sombras; señalando a la gente que me ha hecho daño, lamentándome de lo que he perdido y dejar que la tristeza me devore el alma o mirar a los ojos del único que ha salido a buscarme cuando estaba perdido y reconocer que todo lo que soy y tengo se lo debo a El.

Ser agradecido me cuesta. Pero cada vez que lo intento me siento con menos piedras en los bolsillos. Un poco más libre. Y esto es lo más parecido a estar sentado junto al Espíritu Santo mirando como cae la tarde sobre Zaragoza desde la estatua de Alfonso I en el Parque Grande.

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