Hay cosas que me enmudecen.

Vengo de una tradición oral, aunque en mi infancia no faltó el papel y el lápiz. Por deformación profesional acabo teniendo una palabra a flor de labios casi siempre y la digo como si fuera una homilía Con sobriedad y elegancia.  Aunque reconozco que no soy lo suficientemente sobrio según la recomendación que hace  Santiago en su epístola. Y es que hay días en que  tengo una frase guardada en la manga para si me la piden en el medio del camino. Y es que no me gustan las sorpresas.

Pero una cosa es ser pastor de otros y otra muy distinta es serlo de la familia. De hecho me largué de aquella isla para poder ser pastor. Y es que en aquella isla todo es familiar y cercano. Demasiado familiar y cercano.

Así que ahora, con un oceáno por medio y viviendo en una peninsula, enmudezco. De pronto, me quedo sin tradición oral, sin palabras a flor de labios, sin frases y lleno de sospresas. Como se quedaron los troyanos frente al caballo abandonado por los griegos.

Anoche mi hermana me dice por telefóno, desde aquella isla, que le han diagnósticado unos tumores tiroidales y yo me quedo mudo. Como un cordero que mira al cielo desde el altar de los sacrificios.

Comentarios