Ya sé que las despedidas duelen.


Lucian y Richie han crecido juntos. Pero ahora han de separarse para siempre. Así dice el fotoreportaje del Basel Zeitug, periódico del cantón de Basilea. En la foto hay un joven vestido con chandal abrazando con ternura a un león que parece dormido en su regazo.

Los Craita viven cerca de Bucarest, pero ya no pueden mantener en casa a Richie. Ha crecido mucho. Ya no es el cachorro que dormía a los pies de Lucian. Su traslado al Parque Lionsrock, en Suráfrica es eminente.

Miro la foto y siento mucha pena. No quisiera estar en la piel de Lucian ni en la de Richie. Y es que ya sé que las despedidas duelen. Y a veces mucho.

En los últimos veinte años me he especializado en despedir gente. En decir adios. En dar abrazos. En dar palmadas en las espaldas. En secar mejillas. En extender la mano y sostenerla en el aire aún después que en tren o el avión se han perdido en el horizonte.

Si, ya sé que decir adios duele. Así que no es necesario que me lo digan más. Pero a veces no te queda más remedio que hacerlo. Es la única manera de crecer. De definir la libertad. De tener autononía. De experimentar cuanto se ama.

Y es que seguimos sin saber cuanto amamos a algo hasta que no lo hemos perdido.

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