El fillo del Rey a veces se siente solo. (IV y final)

-Siempre estamos regresando de alguna manera Alfonso. Unos regresan a casa. Otros a la familia. Otros a la tierra donde nacieron. Algunos a la comunidad donde aprendieron a respirar. Regresar es un oficio duro, pero necesario. Y entre más demoramos en regresar más duele. Más nos cuesta. Pero en mi caso cuando regreso a un sitio es para ver las cosas como eran antes. Y en última instancia para retomar la vida que dejé arrinconada en algún sitio como si veinte años no significaran nada y todo se confabulara para no envejecer o deteriorarse. Regresamos porque queremos ver a la gente que amamos y estimamos. Regresamos porque queremos pasearnos por las calles que un día caminamos. Pero iendo al grano, regresamos para encontrarnos con la persona que fuimos y que de alguna manera hemos perdido en alguna parada del viaje. Los emigrantes son los que tienen una maleta siempre dispuesta para regresar al fogaril. Los emigrantes somos los que tenemos un pañuelo cercano con el que decir adios, incluso después que el tren  o el avión se han fundido con el horizonte.

Pero no siempre regresamos de la misma manera. Hay muchas maneras de volver. Y algunas sin un billete. A veces, cuando la nóstalgia es como un demonio agazapado, me aventuro en la zona antigua de la ciudad, cerca de la iglesia de San Pablo y es que por alí hay olores que salen de las cocinas y ruidos entre las calles que me recuerdan a un lugar de mi infancia.

Mas, ahora he levantado aquí mi casa de campaña. Este es mi sitio. Ahora canto otras canciones. Mis amigos viven aquí. No están lejos. Cuando quiero comer pescado adobado con patatas y hierbas sé donde comprar un buen pescado de agua salada. Sé donde sirven el mejor té helado con limón de la ciudad. Ahora tengo esquinas llenas de recuerdos y calles con memoria propia. Ahora la ciudad está en la palma de mi mano. Y yo forma parte de decorado público. Ahora se me llena la boca cuando digo vivo en Zaragoza.

-¿Y...?
- Está oscurenciendo Alfonso. Mira. El sol se esconde detrás del faro y los gorriones comienzan a gorgojear entre los pinos. La noche llega.
- ¿Volverás?
-  Como cada lunes Alfonso. No todos tenemos la suerte de que un Rey nos escuche sin tanto protocolo. Además los lunes son para hacer lo que me da la gana.
- Se bueno y valiente fillo. Vete con Dios.
- Lo intento Alfonso, lo intento.

Dejo a Alfonso I mirando hacia el noroeste de la ciudad. Por donde entra el río. Sin pestañear me mira. Está apoyado en su espada y con el cinturon ancho y labrado caido con elegancia. Ha envejecido. Ya no es el guerrero que tomó por asalto a Tauste y Ejea. Se mantiene erguido como si fuera de piedra.

Un león melenudo y bien alimentado a venido hasta sus pies y vigila como me alejo. Dejo los pinus. Ahora los ciento doce escalones de un blanco concha de mar me ayudan a bajar. Las fuentes sin peces. Los jardines recien regados. Los rosales de un rosado flamencal y los arbustos acotrizados. Los magnolios pompudos. Salgo de Parque Grande.

Regreso a casa sin piedras en los bolsiños. Sin nostalgia. En los atardeceres de los lunes me siento acompañado y escuchado. es como si la soledad haya decidido  levantar el sitio. Nada te consuela tanto como ser escuchado cuando estás lejos de donde naciste.o cuando estás perdido. Nada. Y para alguien que dejó aquella isla esto es  casi la felicidad o algo que se le parece mucho. Hay días que el fillo del Rey no se siente solo.

-¿Les dije que me llamo Gil y que nací en aquella isla?

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