El viaje de la pena a la compasión.

Para Jorge.

Ya sé que los dos somos criaturas de viajes. Así, que hoy te propongo hacer uno en el que no llevaremos equipaje. Te invito, querido amigo, a viajar de la pena a la compasión, pero tú en Canadá y yo en España.

Tener pena es una cosa muy diferente a tener compasión. La pena no significa que estemos cerca de una persona. Podemos sentir pena y estar muy lejos. Incluso ser condescendientes con ella. Por pena asumimos roles que emocionalmente nos pueden hacer mucho daño. Esto de ser pastor me hace muchas veces, más de las que quisiera, a actuar por lástima. Cada semana le llevo comida a un hombre que vive en la plaza San Francisco. Pero no me siento a conversar con él. Tengo una agenda que cumplir y el desprende un olor insoportable. Asi que los alimentos son una especie de compensación que le doy por mi falta de tiempo y mi escases de atención personal. Pero no soy el único. Sospecho que en nuestra existencia establecemos vínculos y pactos que están basados en la pena o en nuestro afán por salvar a alguien de la vida que lleva. Por pena entramos en una relaciones sentimental. Por pena nos endeudamos emocionalmente. Por pena mentimos. Por pena nos construimos una imagen de nosotros mismo que no es real.

La compasión es otra cosa. La compasión es confinidad. Pero ya sabes, que para estar cerca de alguien primero tenemos que mostrarnos frágiles. Desarmados. Una persona que vive la compasión no teologiza mucho, sólo confieza: Aquí me teneís, herido y lastimado. Cuando profesionalmente proclamo esto la iglesia suele escandalizarse. Y es que el antiguo modelo pastor-roca aun nos tiene cogidos por las riendas.Es más, puedo decirte que no se caracterizan nuestros espacios cúlticos por ser un lugar donde podamos llorar. Pero la realidad es que únicamente podré estar cerca de tí cuando me veas como uno igual que tú. Como alguien que a veces se siento muy solo y con ganas de llorar.

Tal vez, esta sea una de las causas por las que optamos cada día por mostrar más pena que compasión. Por intentar salvar a alguien en vez de dejar que nos salven a nosotros. Ahora dejáme despedirme con una pregunta y una súplica: ¿Cómo puedo yo saber de tus penas y alegrías si no soy capáz de entrar en contacto con mis penas y mis alegrías? Explícame, ¿cómo puedo dilucidar tus discapacidades sino soy capáz de reconocer las mias?

Mientrás te escribo desde Zaragoza tú duermes en Montreal sin ser consciente que te añoro.

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