Soy yo. Y nadie más que yo.

¿Cómo perdonar a quienes nos rompen el corazón? ¿Qué podemos hacer cuando alguien no quiere ser perdonado? Son dos de las preguntas que me hago mientras bajo los Pirineos en medio del atardecer. Y es que en el fondo no me gusta viajar con el corazón roto ni sabiendo que el perdón que ofrecemos no quiere ser aceptado.

Vivo en un mundo donde se da por hecho que todo lo que se nos ofrece ha de ser aceptado. Que todo lo que hacemos ha de tener una contraprestación. Pero si para tener un poco de paz, y fijáte que sólo digo un poco, hay que tener constancia de que se recibe el perdón que damos entonces realmente son muy escasa las oportunidades para perdonar.

Perdonar es un asunto nuestro. Es un viaje nuestro. Es una partida de ajedrez personal. Perdonamos porque no queremos tener enojo. Perdonamos porque no queremos andar con la amargura a cuestas. Perdonamos porque no pretendemos hacer uso de la revancha. Perdonamos, a fin de cuentas, porque decidimos recuperar nuestra condición humana.

No podemos imponer nuestro perdón. Y es que a veces las personas que estimamos no están aptas para recibirlo o han decidido no aceptarlo. Y esto no lo podremos cambiar.

Definitivamente los únicos a los que podemos cambiar somos a nosotros mismos. Si, a mí. Y a nadie más que a mí. Y es que cuando perdonamos una herida en el ventrículo derecho del corazón se cierra.

Comentarios