Una amistad reverente y respetuosa.

En memoria de Sara Ariosa.

Cuando entré a la iglesia presbiteriana de Placetas ella ya estaba. Cuando de ella salí para viajar a Europa ella seguía estando. Anoche supe que había muerto y entonces un recuerdo cariñoso me dio cobijo.

Desde aquí reconozco que hay algo agradable en la timidez. Y aunque la timidez no es algo que se considera loable en nuestro tiempo, en algunas personas es un regalo. En Sara lo era. Su manera suave de decir las cosas aunque no estuviese de acuerdo, o la forma de mirar a los ojos mientras me daba las gracias por llevarle la lección dominical a casa, eran sus maneras de apoyarme y mostrar gratitud. Delante de Sara podía decir lo que tenía en mente y compartir mis historias sin ruborizarme.

Ya no soy el que era. De hecho he cambiado con los años. Algunas personas han influido en mi manera de ser y de decir las cosas y ellas no lo saben. Algunas personas son como los árboles que dan sombra sin esperar nada a cambio. Las personas tímidas proyectan largas sombras. Y es en estas sombras donde se esconde su valor y arrojo para enfrentar la vida. De gente así he estado nutriéndome toda la vida. Han hecho de mi vida lo que soy.

Sara era una de estas personas. No hablaba alto ni se imponía; pero con su actuar me explicaba uno de los misterios de la vida: vivir con gratitud. Necesito gente así en mi retaguardia. Y es que las personas como Sara nos invitan a un tipo de amistad reverente y respetuosa. Con gente así, no hacen falta muchas palabras para estar cerca, sólo el amor.

Sara: Ahora déjeme darte un beso y decirte que ya nos volveremos a ver. Descansa en paz y gracias!

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