¿Cómo tener la certeza de que lo que hago es lo correcto? ¿Cómo sé que no me estoy engañando a mí mismo? ¿Cómo saber que no estoy escogiendo cuidadosamente aquellas partes de las Escrituras que mejor se vinculan con mis emociones y deseos? ¿Quién me asegura que la voz que oigo y sigo no es la de mi propia garganta? ¿Cómo ser juez de mi corazón?
No tengo estas respuestas a mano. Pero la única certeza que poseo a comienzos de febrero es que la mayoría de las veces acabo convirtiendo mis mejores deseos y los proyectos de trabajo en la voluntad de Dios para mi vida. Y esto me da miedo.
Creo que a estas alturas puedo darme el permiso para admitir que necesito de alguien que me ayude a distinguir entre la voz de Dios y las demás voces que hasta mí llegan. Ese alguien puede animarme cuando estoy tentado a tirar la toalla. Hasta puede alertarme de que transito por arenas movedizas. Y si no es pedir mucho, podría aconsejarme que no necesito hablar tanto, que también puedo quedarme en silencio. Y si el silencio me da miedo y me quita la paz entonces podrá venir y acompañarme.
Si, no hay dudas. Más que un asesor, necesito un amigo.
No tengo estas respuestas a mano. Pero la única certeza que poseo a comienzos de febrero es que la mayoría de las veces acabo convirtiendo mis mejores deseos y los proyectos de trabajo en la voluntad de Dios para mi vida. Y esto me da miedo.
Creo que a estas alturas puedo darme el permiso para admitir que necesito de alguien que me ayude a distinguir entre la voz de Dios y las demás voces que hasta mí llegan. Ese alguien puede animarme cuando estoy tentado a tirar la toalla. Hasta puede alertarme de que transito por arenas movedizas. Y si no es pedir mucho, podría aconsejarme que no necesito hablar tanto, que también puedo quedarme en silencio. Y si el silencio me da miedo y me quita la paz entonces podrá venir y acompañarme.
Si, no hay dudas. Más que un asesor, necesito un amigo.
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