El lugar sin nombre

He venido de María del Huerva, en las afueras de Zaragoza,  con la barriga llena y el corazón contento; pero sabiendo algo más también. Y es que existen los "lugares sin nombre".
En algunas casas hay un sitio asi. Es el sitio donde colocamos las cosas que nos gustan, que nos ilusionan, en las que creemos y que nos hacen mejores. Es un espacio sencillo que deja ver fotos, libros, suovenires y objetos de nosotros o de otras personas que forman parte de nuestra vida. Y que colocamos allí para que estén a nuestro alcance, para que no nos olvidemos de quienes somos, y para que estén cercanos a nuestra mano cuando la niebla no nos deja avanzar.
No es una especie de altar familiar aunque ante este sitio nos detenemos y en silencio respiramos. Tampoco es una mesa de trabajo ni un rincón de la memoria a pesar que nos acercamos a él con reverencia y pasamos los dedos por la superficie como intentando tocar lo que sólo podemos ver.
Lo mejor de este sitio sin bautizar es que puede ser renovado, recolocado, puede estar desordenado y nunca perdería su sentido, puede estar ordenado y no nos daría miedo extender la mano y palparlo.
Me he dado a la tarea de construir un lugar sin nombre en mi salón. Y es que pretendo que mis visitantes sepán por dónde ando, a qué aspiro en los póximos días, dónde sueño estar el día que me vaya definitivamente de esta tierra. Y en última instancia para que los que entrén a mi casa  tengan las herramientas necesarias para hallarme si me pierdo.
Sobre un estante he colocado algunos libros que me son importantes: Robinson Crusoe, El regreso del hijo pródigo, Las oraciones más bellas del mundo y Michelangelo. La película: La duda. Una foto de cuando yo era pequeño y mi madre me sostenía en sus brazos; y un bombón de chocolate.
Así que cuando entrés a casa y veas estas cosas no me preguntes: -¿¡Y esté sitio cómo se llama?¡- Porque tendré que responderte: No tiene nombre. Es el lugar sin nombre.

Comentarios