Ten cuidado con los golpes en la cabeza.

Mi padre sospecha que en algún momento de mi vida me di un golpe fuerte en la cabeza y que desde entonces no puedo parar de leer libros de teología. A otras personas los golpes les proporcionan ganas de tener un cuerpo atractivo y hacen más vida en un gym que en el mundo exterior. A otros, les da por buscar la persona perfecta, o el país perfecto, o la iglesia perfecta. A veces tengo duda sobre cual es la peor de todas estas secuelas. Hoy hablaré de la mía.

La teología es el estudio de Dios. Es, más o menos, como abrir una rana en la clase de biología; pero en este caso la rana no está. Te la tienes que imaginar por lo que ha dejado escrito. La teología tiene varias funciones. Una de ellas está relaciona con la memoria de los creyentes. Y es que nos debe recordar continuamente que la Iglesia y nuestra vida dependen de Dios.

Pero la teología debe ser crítica. Como la rana que patalea porque no quiere que le abran la barriga. Y es que no podemos dejar que una tradición humana se convierta en tradición revelada y una filosofía religiosa se confunda con teología. La teología no es un problema sólo de los teólogos ni terreno privado de los profesores. Felizmente he tenido pastores que me han sabido explicar mejor la teología que los doctores de la iglesia. La teología es un asunto que concierne a la Iglesia. Escribió Barth un día: La teología es -aunque muy pocas personas lo sospechen- la única cosa que le interesa al hombre. Pero esto lo hemos olvidado y preferimos que sean otros quienes piensen por nosotros y asienten cátedra.

Con los años he aprendido que una cosa es la teología y otra muy diferente es la fe. Y que no debo confundir ambas fronteras. Con los años he aprendido a hacerme preguntas. ¿Cuál es el núcleo de mi fe? ¿Cómo puedo argumentar esto teológicamente? La relación entre la teología y fe depende de la confesión de cada cristiano. A veces un sistema teológico es presentado como verdad única. A veces una interpretación bíblica es asumida como revelación. Para combatir esto se ha de recurrir a la humildad. O sea, volver a la rana.

La teología debe ser humilde si es que quiere hablar de Dios. Y hay varias razones para esta humildad. En primer lugar el lenguaje teológico es relativo. No es lo mismo lo que se decimos en Occidente que la manera de expresarlo en Oriente. No es lo mismo como lo expresamos desde la vieja Europa que desde la negra África. Por ejemplo, en Aragón revestimos nuestro discurso de un carácter universal. Así que cuando hablamos de Iglesia consideramos que todos tienen el mismo concepto y damos por válido el nuestro; pero esto es un error. Un error nuestro, no de los demás. Y no es que la verdad no exista o sea relativa. La verdad objetiva existe. El problema está en cómo la expresamos.

En segundo lugar nuestra teología tiene un carácter contextual siempre. ¿Desde donde hablamos de Dios? No es lo mismo hablar de Dios desde Zaragoza que desde Barcelona. En dependencia de nuestro contexto hablamos de Dios. No decimos lo mismo en una reunión donde se espera que seamos políticamente correctos que en la mesa de nuestra casa.

A pesar del contexto podemos decir cosas sobre Dios. Lo extraño es que prefirámos no decir nada sobre El. Podemos hablar sobre las tripas de la rana después que salgamos del laboratorio. Podemos decir quienes somos y lo que pensamos. Pero la mayoría de las veces nuestra manera de actuar dirá más que nuestro discurso.

Ten cuidado con los golpes en la cabeza. Traen secuelas.

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