La semilla y el árbol: El problema de crecer.

Le digo que le amo y cree que hablo de teología.

Presiento que estamos acabando un ciclo. Que se nos está acabando un tiempo delante de nuestros ojos. Y no lo queremos ver. En unos años hemos pasado de un cristianismo imperial a un cristianismo de convencimientos. Durante siglos fue el cristianismo el que de manera policromada nos conectaba con lo sagrado y nos permitía participar en las celebraciones donde suponíamos que estaba Dios. Pero ahora las cosas no son así. Al menos en Zaragoza no lo son.

La gente de las que vivo cerca tienen una idea de lo sagrado. O simplemente no tiene ideas al respecto. Y no hablo de ancianos y jóvenes. No, el problema no es generacional. Más bien estoy pensando en la semilla que un día se atrincheró, se amuralló, se enterró y se aquietó. Y trás un proceso arduo y doloroso se convirtió en árbol. Así que no podemos decir que el árbol es más importante que la semilla o que la semilla es más trascendente que el árbol. Estoy pensando en los procesos. En las etapas. En la vida. En mi. Ya no soy el de antes.

Estoy mutando. Ya no soy el pastor de dinosaurios de hace nueve años. He tenido que cerrar algunas vías de actuación pastoral y abrir otras. Nunca asumí el rol de que el pastor era el centro de la comunidad y ahora no lo haré. He tenido que adaptarme a la gente, a su manera de vivir, a sus horarios, a sus dolores, a sus intereses. Pero no sólo lo he hecho yo, también mi comunidad lo ha hecho. Me temo que la mutuación es la que te permite asumir el problema de crecer o no crecer.

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