Cartas que nunca envié.

Un amor que fracasa no es la muerte, 
sino una manera amarga de nacer.

Nadie sabe que lo primero que hice para ganarme la vida fue escribir cartas de amor y de despedida en la universidad. Primero fueron cartas de los mejores amigos a sus novias o amantes. Después escribí para los amigos de mis amigos. Al final era cartas para personas que me eran totalmente desconocidas;  pero llenas de sentimientos y emociones. Fueron cartas que comenzaron el viaje en un buzón de correos.

Con los años dejé de escribir cartas. Ahora me gano la vida de otra manera. Pero hay días que llego a escribir algunas. Son cartas llenas de enojo y de recriminaciones dirigidas a amistades que me han herido de la manera más profunda. Hablo de esas gentes que te rompen el corazón. Pero nunca las llevo al correo. Las dejo descansar sobre la mesa del comedor durante una semana. Después las vuelvo a leer y me pregunto: ¿Esta carta me ofrece vida a mí y a Fulanito de Tal? ¿Es una carta que sana la herida o que se encarga de renovarla? ¿Es una carta escrita desde el amor o desde la muerte?


Ahora sé que no se pueden ignorar las heridas porque acaban produciendo árboles en nuestro interior. Estar herido es una realidad que a veces no puedo cambiar ni que debo estar ocultando para que los amigos no sepan cuan ofendido estoy. Pero lo que si puedo hacer es responder a la ofensa con la suficiente gracia como para esperar que la herida se cure. Algunos llaman a este proceso bendición. 


La mayoría de las veces acabo reescribiendo las cartas a personas que me rompieron el corazón.

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