Iglesias pequeñas: la dormancia de la fe.

Abel, el tenaz:

Recibe mi saludo en estos días en que un viento fresco recorre el valle del Ebro.

Estoy intentando cumplir una promesa que te hice. Hoy te escribo para compartirte el otro aspecto de ser miembro de una comunidad pequeña: el oscuro. Y es un aspecto que no nos gusta asumir, pero que transcurre entre la desesperanza y el apego a las tradiciones. Y para ello quiero auxiliarme de un ejemplo botánico: las esporas.

Las esporas son células sexuales que permiten la reproducción de algunas familias de plantas. Esta manera de multiplicación tiene sus ventajas. Primero: permiten una gran dispersión en un área geográfica. Y segundo: asegura la supervivencia por largo tiempo en condiciones adversas. Esta capacidad de resistir condiciones difíciles se denomina dormancia. Quizás podamos traspolar estos conceptos a la realidad que vivimos eclesialmente. Quizás podamos entender algo de la acción de Dios en estos días.

Cuando nuestra fe está enmarcada en una comunidad pequeña, como la tuya y la mía, hay dos sentimientos que nos abrazan: la soledad y el encerramiento en nosotros mismos con nuestras tradiciones. Cuando esta manera de entender el cristianismo se hacen un hábito estamos ante la presencia de una religiosidad insana y condenada a la extinción.

¿Por qué nos sentimos solos tú en Extremadura y yo en Aragón? ¿Por qué nos atrincheramos en nuestros valores históricos y confesionales para sobrevivir? Nos sentimos solos, entre otras cosas porque somos pocos en las celebraciones dominicales y pasan los años, uno tras otros y no vemos crecimiento alguno, no vienen personas nuevas, no se incorporan familias, no tenemos niños ni jóvenes. Pero si alarmante es no crecer, y no hablo de finanzas ahora, es una crónica de una muerte anunciada vivir con el criterio que esta realidad nuestra es algo normal y que no podemos cambiar.

Si miramos a nuestro alrededor podremos ver sin mucho esfuerza que otras comunidades de fe crecen pero nosotros no. ¿Será que el Pastor no hace su trabajo? ¿Será que la iglesia no quiere hacer misión? ¿Será que no sabemos dar testimonio de lo que Cristo ha hecho en nosotros? ¿Será que no somos proselitistas? ¿Será que no hemos nacido de nuevo? ¿Será que lo de la Gran Comisión solo era para los discípulos de Cristo? ¿Será que no me veo como un discípulo? No intentaré responder a estas cuestiones. Son personales. Pero nuestras respuestas pueden clarificar si nuestras comunidades sufren la dormancia de la fe. ¿La sintomatología? La esporificación. El encerramiento numantino con confesiones de fe muy elaboradas teológicamente pero atemporales, una himnología dogmáticamente correcta pero triste, espacios cúlticos muy protestantes pero fríos, un ideario de la misión donde el que ha de dar testimonio es únicamente el Espíritu Santo y nosotros debemos estar a la puerta de la iglesia para decir: Buenos días y bienvenidos.

Formamos parte de la iglesia heredera de la Reforma y el orgullo no nos deja ver más allá de nuestras cuatro paredes. ¿Qué por qué nos atrincheramos? Pues para resistir la postmodernidad que nos invita a ser más judíos que griegos, para no ser como los demás: fundamentalistas, para ser diferentes aunque eso no sirva de referencia social. Pero la realidad es otra, las comunidades pequeñas y con dormancia acaban vistiendo el ropaje de la exclusividad incluso en lo ecuménico, del sectarismo aún cuando nos consideramos progresistas y liberales, del lenguaje que solamente entienden los que pertenecen al mismo presbiterio o sínodo, de un aislamiento autosatisfecho y de un romanticismo ingenuo en lo político y social.

¿Hay salida a esta situación? Me temo que si Abel. Cuando mi iglesia comprenda que este es el tiempo adecuado para crecer y no otro, entonces tendrá que salir a buscar a una persona o a varias de ellas que puedan sacarnos del aislamiento. Y es que la Iglesia no tiene sentido si vive para ella, sino para los demás. Y los corazones que antes estaban solo podrán proclamar: ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien  quiere un abrazo? ¿Alguien desea tomar un té helado con limón?¿Alguien quiere que le toque? Cuando mi iglesia asuma que el amor que no se trasmite acaba por dejar de ser amor, entonces tendrá el coraje de salir afuera y sin miedo crear un nuevo espacio de proclamación y celebración. Un espacio de confianza. Un espacio donde podamos bailar nuestra fe sin prejuicios. Un espacio donde podamos ser encontrados por Jesús. Y encontrar a Jesús significa desterrar el miedo.

Recuerda que estas invitado a ver los Pirineos desde aquí. En la paz y en la gracia de Cristo.

Augusto

Comentarios