Crónica de un cumpleaños anunciado.

En la primera mañana de Septiembre cumpliré años.
Ya sé que todos los días no celebramos el día que vinimos a este mundo. También sé que alguna gente no lo celebra y que otros tiran ese día la casa por la ventana. Que algunos se escudan en el pietismo para no hacer una fiesta y que otros hacen gala de la gratitud para armar un guateque.
Yo soy más del segundo grupo. De los que hacen una fiesta. De los que reúnen a los amigos y les dice: Gracias! De los que llaman a la familia para que le digan: Eres feo, pero por dentro estás lleno de hermosas señales y te queremos. 
Yo soy de los se levanta temprano el día de su aniversario y  después de correr durante una hora alrededor del Canal Imperial regresa a casa y se da una ducha de esas que sale limpia hasta el alma. Yo soy de los que ese día se regala dos cosas sin miramientos: un banana split y un libro. Y no porque tenga temor que nadie tenga memoria de mí, no, no es por eso, es más bien porque me quiero. Porque necesito del sabor mestizo del helado con el plátano maduro para recordar de donde vengo y a donde voy. Porque creo que un libro es el mejor billete que puedo recibir para ver el mundo a través de las palabras. De otras palabras que no son mías.
Yo soy de los que ese día dedica la tarde a leer postales y e.mails. A responder a felicitaciones y a decir: No tenías que molestarte, cuando alguien me extiende un regalo; pero que en el fondo es una frase falsa, pues la gente nos da con el regalo las gracias por ser como somos y estar donde estamos.
Yo soy el que preparará una ensalada de cangrejo para servir con galletas de soda y el que mantendré fría una botella de vino blanco para los que ese día toquen a mi puerta se sientan bien recibidos y alimentados.
Yo soy el que antes de acostarme haré una oración de acción de gracias. El que dirá: Gracias. Misericordia. Amén.
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