Cuando los ídolos van escondidos dentro.

Me cuesta. Me cuesta mucho mantenerme callado cuando alguien me alaba. No me cuesta mucho decir: Eso no es nada. Me cuesta no restarle importancia a las palabras de alabanzas que me dirigen. Me cuesta aceptar un regalo que venga de otras manos que no sean las mías. Y es que soy más dado a dar que a recibir. Me criaron con la responsabilidad de tener algo que ofrecer siempre. Padezco el síndrome del hermano mayor. Del que nunca se fue de casa. Del ahorrativo. Del serio. Del responsable. Del que lleva la amargura por dentro y nadie la ve. Pero no quiero que esto siga siendo así. Quiero sacar mis ídolos al sol.
Cuando María me dice: Eres una persona muy generosa, enmudezco. Pude haberle respondido con esas frases hechas que atesoramos para afianzar nuestra humildad o decirse: Creo María que soy generoso como el que más. Pero no dije nada. Simplemente me dí permiso para que ella fuera amable conmigo.
A María la conozco de poco tiempo y le he estado mostrando lo mejor de mí. Con los días por venir, cuando me conozca un poco más, se dará cuenta que puedo ser tan insensato como cualquier otra persona.  Nuestra relación tiene forma de espiral. Va de lo más sencillo a lo más complejo. De lo pequeño a lo inmenso. De lo más superficial a lo más profundo. Yo le llamo la dialéctica de la amistad.
Y en este tipo de amistad comenzamos viendo, en el primer nivel,  nuestras virtudes y la del otro. En el segundo nivel se ven los defectos mutuos. Si la amistad logra sobrevivir a esta etapa, estaremos entonces en condiciones de vernos realmente tal como somos. Es en esta etapa cuando tienes la certeza de que la otra persona es tu amigo.
Son mis amigos los únicos que tienen el poder y la autoridad para sacar a la luz los ídolos que llevo escondido dentro.

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