He falls to me.

Había una vez un muchacho que creía que ser auténtico era actuar de la misma manera que sentía. Y cuando tenía deseos de decir algo pues lo decía. Y cuando deseaba hacer algo pues lo hacía. Cuando nos dejamos llevar por los impulsos se confunde el amor con el deseo y besamos a una rana prensando que es una princesa.
Pero entonces Dios entró en la ecuación. No por que sea un curioso, sino por invitación personal. Y entro como un caballero: Pidiendo permiso e iluminando todo lo que llevamos por dentro.
Cuando alguien nos ilumina por dentro nos damos cuenta que las ranas son ranas y las princesas princesas. Y que el amor y el deseo se parecen, pero no son iguales. Uno se acaba y el otro sobrevive contra todas las inclemencias del tiempo.
Ahora el muchacho cree que que ser fiel a sí mismo implica reconocer lo que siente y ser responsable de sus actos. El muchacho se está haciendo hombre y Dios le corresponde. Nada enamora tanto a Dios como el proceso de hacerse humano. Persona.

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