Le Petit Croissant

Hay sitios donde no tengo que estar defendiéndome. Hay sitios donde no tengo que estar con la espada en guardia. Hay sitios que puedo habitar con seguridad y fragilidad sin temor alguno. Hay sitios donde regreso una y otra vez. Le Petit Croisant, en la calle Hernan Cortes de Zaragoza, es uno de ellos. El surtido de panes es alentador y te dan ganas de ser una buena persona; pero también te puedes sentar en una pequeña mesa con otra persona, la conozcas o no, y pedir un té de Ceylan helado con aroma a limón y ver tu vida mientras el olor del pan recién horneado lo inunda todo.
Las palabras que pronuncio y el concepto que tengo de las cosas me distorsionan la realidad.  Por eso he de ser cuidadoso con lo que digo y pronuncio. Cuando me regalaron la vida no me dieron el manual de instrucciones, así que voy dándome golpes por las esquinas. Aprendiendo de las caídas y de las trampas. Pero también recibiendo cariño y misericordia de los que me curan las rozaduras y  me liberan de las redes. Las cosas nunca son lo que parecen. Y mucho menos si las vemos desde lejos. No es lo mismo hablar de fidelidad o de cariño desde España que hacerlo desde Cuba. De hecho la mayoría de las veces las cosas no deberían ser como son. Pero el miedo a los cambios y a lo desconocido me paraliza de tal manera que a veces cuando me miro en el espejo sólo veo un Tiranosaurio rex rugiendo e imponiéndose para que los demás no se den cuenta que estoy solo entre los helechos.
Mientras mordisqueo un pan de cereales embarrado de miel y mantequilla descubro que la felicidad no puede depender de mis acontecimientos cotidianos. La verdad es que mi manera de reaccionar ante los acontecimientos es lo que me hace ser un hombre feliz o un hombre sufriente.
Hay sitios donde estoy despierto. Muy despierto. Le Petit Croissant es un buen sitio para perdonar, para aceptar y para responder a la vida ante todo con amor.


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