Ya casi nadie recuerda un poema de memoria.

Vivimos días sin sueños. Sin historias antes de ir a la cama. Ya casi nadie recuerda un poema de memoria. Levantamos muros entre las cosas buenas que nos ocurren y las cosas malas que nos acontecen. De las primeras hacemos películas o dejamos que los demás vean lo bien que nos va la vida. Las segundas no queremos que nadie nos las recuerde, las tratamos de olvidar. Las enterramos y esperamos que nadie las encuentre nunca. Al fin y al cabo estamos aquí para ser felices.
Me apacigua la manera que tiene Jesús de hablar con la gente. Me apacigua la manera que tiene de responder a sus discípulos. A los primeros les habla con sencillez, o sea, al pan le llama pan y al vino le llama vino. Pero con los discípulos, que le interrogan cuando la gente no está, les habla como si fuera un juglar. Jesús es semejante a alguien que le da importancia a la poesía, a lo inesperado, a la inconformidad, a la relatividad.
Nosotros vivimos en un mundo donde no es común encontrarse con buscadores de perlas ni apaciguadores. Generalmente buscamos otras cosas. Buscamos desde utopías hasta escondrijos que nos ayuden a evadirnos de nosotros mismos. Por eso los supermercados y los centros comerciales están siempre llenos. Los comerciantes saben que cuando estamos tristes o nos sentimos solos iremos a comprar algo que nos haga sentir importantes.
Me envalentona la forma que tiene Jesús de intuir los riesgos que están por venir a sus discípulos. Me envalentona como separa a la iglesia del Reino de Dios para evitarse la ardua tarea de elegir quien forma parte del pueblo escogido y quien no. Me envalentona como se mantiene callado cuando hay que catalogar a la gente de fiel o infiel, de creyente o hereje, de practicante o no practicante, de miembro cotizante o miembro no cotizante.
Nosotros somos especialistas en limitar los criterios. En hacer informes. En hacer registros. En confeccionar lista negras y listas blancas. Nosotros confundimos las afiliaciones con la fidelidad. Por eso no relativizamos las estadísticas. Nos miramos mucho el ombligo y acabamos confundiendo los privilegios con los deberes. Hacemos del fervor un integrismo y de la fidelidad un sectarismo. Hemos llegado a creer que nuestra iglesia es el Reino de Dios en la tierra. Olvidando que nuestra tarea ahora no es en rechazar candidatos, sino abrir las redes.
Me conmueve como Jesús no pierde tiempo en establecer los límites del Reino. En vez de imponer aduanas nos sigue llamando para que entremos. Me conmueve la manera de Jesús de no establecer selecciones artificiales mediante la evangelización. Jesús conmueve porque no habla de "nosotros" ni de "ellos". Tampoco está comparando nunca los de "dentro" con los de "afuera". Jesús conmueve porque es el anti-clan, el anti-confesión.
Las palabras de Jesús no son alegres, pero son portadoras de esperanza. Son de ese tipo de palabras que te dejan con un silencio que se puede tocar. Quizás está atardeciendo y los barcos de pesca se han de echarse a la alta mar. Por eso quiere asegurarse que el mensaje a quedado esclarecido: Habéis entendido todo?
Cuando no encontramos tesoros en las cosas cotidianas, cuando no nos sorprendemos de lo novedoso que hay en lo que conocemos, es que aun estamos viendo con los ojos que no son los de la fe. Quizás la solución, o parte de ella, sea volver a tener sueños. O pedirle a alguien que nos cuente una historia antes de irnos a la cama Quizás parte del remedio sea volver a recordar de memoria algún poema.

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