La iglesia que viene.

La mañana del domingo sobre Donosti era fría y gris. Vestido con traje negro y sin corbata entré en el local de lo que será la Iglesia del Redentor intentando huir de la llovizna. Es un espacio rectangular de unos treinta metros cuadrados. Las paredes y el techo están blanquecinos. En el fondo de lo que será la capilla hay cruz colgando de la pared y una mesa alta cubierta por un mantel blanco. Sobre ella una Biblia abierta. A su alrededor hojas de platanero de sombra de diferente colores. Me siento sobre una de las sillas plegables y miro la iglesia que tendremos.
La iglesia de Donosti es pequeña ahora. La mayoría de sus feligreses son de origen extranjero y vienen de un contexto pentecostal; pero eso no me importa mucho. Es esta pequeña comunidad la que me ayuda a darme cuenta del gran amor que siento por mi tradición cristiana y la que me permiten ver como mi manera de entender el cristianismo afectar y transformar mi realidad cotidiana.
Ahora son pocos en Donosti, pero son poseedores de la ilusión que no veo en las grandes comunidades. Cuando me subí al tren que me llevó a Zaragoza me sentí el tío con más suerte del mundo. Estoy participando del nacimiento de una iglesia.
Ahora no hay escuela dominical ni grupo de jóvenes. No tienen piano. Las ventanas están cubiertas con papel de cebolla. No hay ningún cartel que anuncie que es una iglesia cristiana. Y es que no tienen dinero para acometer las reformas que les exige el ayuntamiento para tener la licencia de apertura.
Ahora no son nada ni tienen nada. Pero un día esta realidad cambiará. Ojalá esté cerca para verla.

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