Siempre nos quedamos con muchas cosas por decir.

Querida Xiomara.


Mi hermana me acaba de avisar de la muerte de Francis. Y lo que hago, como sí un ejercicio de gratitud se tratase, es recordar a Francis.

La primero vez que le vi fue llevando a Xiomarita al colegio. Entonces todos éramos tan jóvenes que creíamos que los papás estarían con nosotros para siempre. Que cada día estarían allí pendiente de nuestras necesidades sin pedir nada a cambio. Pero ahora sé que la gente que amamos un día se marcha de nuestro lado y nosotros nos quedamos con muchas cosas por decir. Muchas. Pero también nos quedamos con un nudo en la garganta y algo salado y líquido corriendo por nuestras mejillas.

Después de algunos años cuando regresé a Placetas desde la universidad volví a encontrarme con Francis en los alrededores de la Iglesia y del Campamento Nacional de la Iglesia Presbiteriana. Y digo en los alrededores, porque Francis, gracias a Dios, era de esa gente que trabajaba desde la retaguardia sin reparar en tiempo ni energías para que la Iglesia siguiera andando. Nunca pidió áreas de poder ni le escuché un comentario cargado de desamor hacia alguien por muy dura que fuera la realidad. De hecho, creo que todo el magnifico trabajo que tú has podido hacer con nuestra querida Iglesia Presbiteriana de Cuba es porque Francis estuvo a tu lado sosteniéndote y alimentándote.

Durante estos últimos años, fuera de aquella isla, he descubierto que la gente que trabaja de manera anónimo y sin esperar ninguna recompensa en este mundo son de los que más puedo aprender y con los cuales puedo sentirme confiado a su lado. Son los verdaderos herederos del Reino de Dios. Al lado de Francis no había que vestir armaduras ni aparentar nada. Se podía ser simple y franco. Y este es el mejor legado que atesoro de tu esposo: la libertad que ofrecía.

Reciban en este día, toda la familia, un cálido abrazo desde un pequeña ciudad entre Francia y España.

En la paz y gracia de Dios.

Augusto

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