¿Necesita la Iglesia Reformada en Aragón un profesional o un pastor?

Tras la clausura de la Pastoral 2009 de la IEE en El Escorial escribí una especie de poesía exhortativa sobre mis impresiones de porque los pastores eran diferentes si los comparábamos con un funcionario de correos, o la cajera de un supermercado, o al comercial de una inmoviliaria. Y la diferencia no radica la supremacía de uno sobre los otros, sino en el llamado, en el objeto con que se trabaja, en la ausencia de un resultado económico definitorio. Este poema, El Pastor, fue, y sigue siendo, dirigido a mi mismo. A veces escribo para mi. Y es que nadie me conoce tanto como yo. No sé si mis colegas tienen estas caidas, pero hay días que me veo arrastrado por esa inercia destructiva de creerme un profesional de la iglesia y se me olvida que fuí llamado a ser un pastor.
Mi manera de pensar no es la de un profesional que hace su trabajo por un salario de mil un euros con noventa y tres centimos y que ha de compartir con otras tres personas más. Mi manera de pensar es más bien la de un profeta. La de alguien que a pesar de lo adverso de las circunstancias, de la aparente poca obtención de resultados, sigue haciendo su trabajo con la misma fuerza y mentalidad del primer día. Esos días cuando estábamos enamorados de Cristo.

Cuando me he comportado como un profesional de la iglesia cristiana lo único tangible ha sido la gente golpeada y desnuda que yace en la cuneta de mi camino y mi falta de interés y de tiempo por ellos. Pero es que no puedo ir cumpliendo planes y proyectos de iglesia-crecimiento y a la vez limpiar y curar a los que la vida ha tratado mal. Cuando me comporto como un profesional de la iglesia no hay espacio para la misericordia, no hay tiempo para la inocencia, no hay oportunidad para la oración, y en definitiva, no se me paga para que llore por el mal personal o ajeno.

Pero ser pastor es otra cosa muy diferente. Me aflijo, pero no me dejo vencer. Me desconcierto, pero no desespero. Dejo de dormir, pero sigo soñando. Me muestro frágil y vulnerable; pero sigo haciendo las cosas para las cuales fui llamado. ¿Profesionalmente? No, nunca haces esto por un salario. Ser pastor es ser una especie de insensato, en el sentido profético de las Escrituras; pero los profesionales son personas inteligentes. Un pastor es alguien débil, pero los profesionales suelen ser fuertes. A los pastores se nos desacredita o dicen cosas buenas de nosotros cuando morimos, a los profesionales se les asciende empresarialmente y se le pagan primas cuando hacen bien su trabajo. El pastor es aquel que dice cosas buenas de los demás, o sea bendice, cuando de él dicen cosas malas. El pastor es el que concilia, el que no persigue. Albergo ciertas dudas sobre si un profesional estaría dispuesto a correr estos riesgos. El pastor es el que ama. Y el amor no se puede profesionalizar sin que pierda su esencia.

El pastor sigue objetivos espirituales. Persigue cosas que no se ven. Habla de cosas que no se pueden medir ni demostrar en gráficos ni estadísticas. Esto hace que su trabajo sea un avis rara. De hecho no comparto objetivos con ningún otro gremio en las tierras del Ebro, puesto que para algunos hago algo ofensivo, para otros soy un loco y para la mayoría no existo según los criterios de la postmodernidad.

Algunas personas me tratan como si fuera un profesional, otros esperan que me comporte como tal, que ofresca soluciones creativas, que tenga respuestas para todo, que presente informes detallados, que plasme en la realidad brotes verdes cuando no los hay; pero la verdad es que estas cosas están matando lo que de pastor hay en mi.

Lo volveré a decir para ver si me lo acabo de creer: el pastor es diferente.

Zaragoza, Enero 2011

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