El pan, el espectáculo y el poder.

Parece que es una ley universal que toda odisea humana comience con un ciclo iniciático. Jesús parece no escapar a esta ley. Antes de iniciar su ministerio público hace un retiro al desierto. Y es allí donde hace su aparición con trompetas y lentejuelas Satanás en el Nuevo Testamento. Y se presenta como el que “hace el mal” o como “el que hará todo lo posible para que el hombre lo haga”; pero no se presenta ni peludo, ni con cuernos ni con cola. Tampoco llevará un tridente. Esta imagen es posterior.

De hecho no se nos dice como se le aparece a Jesús en el desierto. Lo único que nos ha llegado son sus peticiones: haz pan de unas piedras, lánzate al vacío y haz un espectáculo; y si te inclinas ante mí te haré poderoso. Peticiones casi más propias del circo que de la vida cotidiana. Pero peticiones a fin de cuentas que nos ponen de frente al dualismo nuestro de cada día.

Dos décadas después de la muerte de Jesús, Pablo remacha la visión dualista del mundo que había emergido de los escritos tardíos del Antiguo Testamento. Por ejemplo ya sabemos y forma parte de nuestro catecismo que los ejércitos de Dios van vestidos con la armadura de la luz mientras que Satanás gobierna la oscuridad. El mundo en que vivimos es dual y desde pequeños nos enseñan a verlo así: luz/oscuridad, frío/calor, arriba/abajo, salud/enfermedad, vida/muerte, riqueza/pobreza. En otras palabras: cielo/infierno.

El villano en la narración de Mateo sobre las tentaciones que padeció Jesús en el desierto es Satanás, pero también es el principal adversario de Dios, la personificación del mal, la antigua serpiente y por si todo lo anterior fuera poco para engrosar un curriculum vitae, a partir de ahora será el tentador personal de Jesús, y por qué no, de sus discípulos que vendrán con los días.

Los primeros teólogos del cristianismo no tuvieron reparos en aferrarse al dualismo con la misma fuerza con que se aferraron a la figura oscura de Satanás. Desde entonces el hombre y la mujer están atrapados entre Dios y Satanás, en otras palabras entre el bien y el mal.

Las personas que me acompañaron en la escuela dominical me dejaron sentado desde bien pronto que el mal podría dominar al bien por un tiempo; pero que al final de la historia Dios destruiría a Satanás y habría una nueva tierra. Todo un happy end.¿De dónde venía su certeza? De la resurrección de Jesús de entre los muertos.

Pero hay más. Hay algo que no me dijeron y que he tenido que descubrir con los años: sólo podemos ir al desierto, sólo podremos enfrentar el mal, solo podemos llamar al pan pan y al vino vino cuando hemos oído esa voz que desde el cielo nos dice: tú eres mi hijo amado.

El ser amado por Dios define nuestra identidad y dice más de nosotros que nuestros títulos académicos. El sabernos queridos nos calza para ir al desierto. El escuchar que alguien nos estima nos prepara para resistir el deseo de ser eficaces, de ser profesionales, de ser poderosos. Y es que el amor de alguna manera que se me escapa a toda lógica sigue siendo la mejor arma para enfrentar el mal.

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