Nada soporta tanto a la tristeza como la gratitud.

Atesoro un grato recuerdo de Judith Buchanan. Durante muchos años ha estado trabajando en el Seminario Evangélico Unido de Teología en Madrid. Los que estudiamos allí y que después salimos a trabajar en el ministerio pastoral de la IEE sabemos que era una mujer discreta y sencilla. Unos valores contraculturales para nuestros días. Pero hay más, Judith era inglesa, y no sólo su castellano la delataba sino la manera insular de enfrentar la vida y la fe.


Atesoro su generosidad y su acompañamiento en los días en que yo sólo podía ver las nubes grises merodeando por El Escorial. Para esos días me invitaba a un té y a hablar sobre el sol. A los isleños nos gusta hablar del sol.

No sé de dónde me viene esa tradición de esperar a que las personas dejen de respirar para decirles cuánto me han inspirado durante el viaje y mostrarme agradecido a Dios por ellos. Pero es una mala tradición que no he de seguir practicando más.

Ahora sé por qué cuando un amiga se va una marea de tristeza me inunda todo. Pero también sé que nada soporta tanto la tristeza como la gratitud. Y hago de la gratitud mi tesoro.

Judith, ahora que duermes, lo diré suavemente como en un susurro: Gracias!

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