Carta a los jóvenes dinosaurios.

Queridos:

Les escribo con añoranza. Y he de comenzar con una confesión sencilla y doble: primero, ser pastor de dinosaurios es una labor ardua, así que han de ser clementes, y segundo, no siempre todos los miembros de la manada estarán contentos con el pastor. Pero ahora les escribo porque hay días que he estado lejos de Uds. Tan lejos como si Uds. hubieran viajado a Pandora y yo me hubiese quedado en la Tierra diciéndoles adiós. Y no sólo me refiero a distancias geográficas; sino a las otras distancias, a las que no tienen leyenda en los mapas; pero sí en nuestras emociones.

Les escribo para que sepan dónde estoy y para que puedan encontrarme. Y es que a veces los pastores nos perdemos entre lo urgente y lo importante. Cuando hablo de distancias me refiero a las que surgen cuando cumplimos muchos años y comenzamos a ver la vida un día con otras pupilas que ya no son las vuestros. Si miran a los ojos de vuestros padres o de vuestros abuelos sabrán de lo que hablo. Días en que se nos olvida que durante un tiempo estuvimos llenos de ideas, proyectos, cambios y ritmos. Días donde la manada era el lugar de celebraciones y donde se cuidaba al que se había hecho daño con los espinos o que sentía miedo por las oscuridades. No sé qué nos ha pasado; pero con los años, la manada, la hemos transformado en el único sitio donde se sientan a conversar nuestras tradiciones con nuestras inseguridades y nos hemos olvidado de hacer fiestas, de curar y de perdonar. Ahora entiendo que no queréis participar de tales actos.

Les escribo porque no sólo me da temor endurecerme; sino que también temo perder la ternura después de conmemorar cada cumpleaños. En los últimos años cuando le hablaba a la manada, desde el púlpito, lo hacía creyendo que todos eran mayores, responsables, serios y que tenían las ideas claras. Pero la realidad es otra. La realidad siempre es distinta a la que nos imaginamos. Mis palabras no eran para Uds. Tampoco mis silencios ni mis canciones fueron para Uds.

Les escribo para pedirles perdón. Perdónenme por haberles ignorado todos estos años mientras me miraban en silencio y yo me hundía en un activismo infructuoso. Les escribo para que sepan que ya no soy la persona que fui, pero eso nos pasa a todos, y es que acabamos creciendo. Y sí no, mirad algún álbum de fotos familiares. Todos cambiamos. Pero en algún lugar, dentro de mí, aun pretendo estar cerca de Uds., ver y escuchar al mundo como lo hacen Uds. Hablarles, declamarles y cantarles en una lengua que Uds. puedan entender. Así que llénense de valor y ofrézcanme ser el fuego donde he de calentarme, ahora que el invierno llega.

Les escribo para que sepáis que aunque andéis lejos de la manada, les sigo esperando y avizoro cada tarde el camino por donde os habéis marchado. Y para cuando llega la noche enciendo una vela y la coloco en la ventana para que reconozcáis el camino a casa. Os estoy esperando.

Les escribo para que no os sientan solos ni como extraños en medio de este mundo de flores y serpientes. Les escribo porque a veces somos pocos. Les escribo porque a veces estamos cansados. Les escribo porque a veces no vemos los frutos de nuestro trabajo en la manada. Pero a fin de cuentas, les escribo porque se os quiere y a veces no hay oportunidad de confesarlo ni espacio en la liturgia para abrazaros. Les escribo para bendecirles también. Y es que hasta se nos ha olvidado que bendecir es decir cosas buenas de las gentes. Y necesitamos decir cosas buenas a los más jóvenes.

Les escribo para que sean valientes. Para que no teman ni desmayen cuando el cierzo os azote. Para que puedan reconocer la Magia Insondable cuando la tengáis delante. Les escribo para que me recuerden en vuestras oraciones. En el mundo exterior hay desafíos; pero me daré permiso para confiar en Uds.

Les abraza

El pastor de los dinosaurios.


Zaragoza, Noviembre 2011

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