Facebook, el último mandamiento.

La capa de civilización que nos reviste como seres humano es muy fina. Tan delgada que tras un movimiento mínimamente brusco salta el pedazos. Y deja al descubierto el ser viviente que somos: muy occidental pero muy primario, lleno de tecnologías pero lleno de miedos, capaz de  orar a Dios pero programado para sobrevivir en medio de un mundo de flores y serpientes sin economizar en medios para llegar a un fin.
Cuando hablo de un movimiento pequeño no estoy pensando en un parpadeo ni en un estornudo. No, estoy pensando en algo más deshumanizante. Estoy pensando en ese hecho neomoderno, sistémico y global que nos hace sentir todopoderosos e infalibles. Ese gesto que tiene su génesis en el cerebro, que viaja por el brazo, que llega hasta la mano y que hace accionar un dedo, y que tras a un click que sólo nosotros escuchamos; pero que actúa como un disparo, logra el milagro de eliminar a un amigo o a un miembro de la familia de la fe de Facebook por los siglos de los siglos.
Quizás esa tendencia en nuestras acciones de borrar de la faz de la tierra a personas que no son como nosotros no sea en la mayoría de las veces originada en el otro y sus actos sino en nuestra mente y en la manera que intentamos vivir la realidad. Quizás haya que confesar también nuestra propensión reptiliana en buscar un chivo expiatorio, siempre, fuera de nosotros para explicar nuestros desajustes emocionales, nuestras miserias humanas. Si, eliminamos a personas de nuestra vida virtual porque simplemente no son como deberían ser y no hacen lo que nosotros esperamos de ellas. Para hay más.
Las eliminamos porque son tan culpables como Adán, porque son envidiosos como Caín, porque necesitan ser descalificadas como Eva, porque practican la agresividad verbal como la mujer de Job, porque son falsos como Pedro, porque son psicópatas como David, porque son mediocres como Santiago, porque son chismosos como Moisés, porque son autoritarios como Abraham, porque son neuróticos como Saulo, porque son manipuladores como Caifás, porque son orgullosos como Herodes y porque son quejosos como Jeremías. No hay dudas, los eliminamos porque nos muestran a donde podemos llegar nosotros mismos cuando dejamos de comportarnos con misericordia. Y no queremos ver como somos por dentro. Nos aterra nuestra vieja naturaleza.
Oistés que fue dicho a los antiguos No matarás y cualquiera que matare será culpable de juicio, pero ahora os digo, todo aquel que eliminase a un amigo o a un hermano de Facebook será culpable de homicidio. Y es que en el fondo de la cuestión lo que está en juego es nuestra falta de compasión.
No recuerdo si lo dije antes, pero la capa de civilización que nos reviste como seres humanos es muy fina.

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