Junto al río Eurotas lloré como un hombre.

Mi  inscripción de nacimiento dice que nací en la Villa de los Laureles, pero esto no es del todo cierto. Nací en Esparta, junto al río Eurotas. Desde pequeño me dijeron que los hombres no lloraban. Que el llanto no era útil. A los cinco años mi educación dejó de ser un problema de mis padres y la asumió el Estado. Cursé la educación obligatoria, colectiva y pública. Me prepararon para la guerra. Para una guerra que llegaría algún día desde el norte. Así que la frase Vencer o morir ya era parte de mi vocabulario cotidiano antes de ser adulto.
Pero...., todo tiene un pero. Siempre hay una conjunción adverbial en nuestra vida. La simpleza llegó a mi puerta. Y llegó con el disfraz del amor. El amor es la cosa más simple que podemos encontrar en la existencia.
Es tan simple que nos complica hasta la manera de respirar. No importa si eres alto o más bien tipo hobbit, el amor te alcanzará. No importa si eres joven o anciano, el amor acabará por entrar y te tocará. No importa si eres un tipo que no suele decir nunca te quiero o si eres de esa gente que ofreces las manos abiertas para un posible abrazo siempre, el amor te abordará en cualquier esquina.
Cuando te enfrentas al amor todo lo olvidas. Incluso la educación espartana. Abandonas las armas en un rincón y te tornas pragmático aunque vayas desnudo. Y es que si no amas no eres de utilidad alguna. Así de sencillo nos vuelve el amor. Muy primarios.
Ese es el significado del amor: nos da la oportunidad de volver a empezar. De nacer otra vez. De aprender a llorar cuando es necesario. De llorar desconsoladamente.
He vuelto a viajar a Esparta. Y junto al río Eurotas lloré como un hombre. Como el hombre que nunca había podido ser.

Comentarios