Si no fuera quien soy, sería Jonás.

Si no me hubieran bautizado con el nombre de Gil y hubiese nacido en aquellaisla, sería Jonás y estaría en las afuera de Nínive. Desnudo frente al mar. Pero ya sabes, no he podido elegir donde nací ni quién sería mi familia. Podemos elegir el parfum y que película ver en el cine si aún eres soltero y no tienes hijos; pero no donde naces.
Así que no sé en que momento se me ocurrió la idea caótica de dejar de ser niño. Quizás no había otra opción. Quizás no podemos elegir el dejar de crecer. Quizás eso del Síndrome de Peter Pan sea un problema propio de los europeos. Pero crecí. Claro que crecí. Y el crecimiento es como un superpoder que trae aparejado una responsabilidad. Y es que eso de poder elegir trae como consecuencia un precio. He pagado un coste alto por ser independiente y autónomo. No sólo he crecido solo, sino que me hice hombre estando lejos de todo lo que conocía y era mío. Pero el mayor de todos los precios ha sido el de intentar ser yo mismo a pesar de la tentación de las apariencias. Las apariencias llegan sin anunciarse con la mayoría de edad y me dicen que puedo erigir cercas para que los demás no me conozcan tal como soy, que puedo hacer algo para evitar que me rompan el corazón, que puedo lograr cotas de poder usando todos los fines, que puedo obtener autoridad si hago uso de la manipulación y conseguir cariño. Si, conseguir cariño sin ofrecer nada a cambio. Pero yo lo que he estado buscando es amor. Y el amor no se puede aparentar. Porque el amor me desnuda. Me desarma. Y me deja frente al mar. Y no hablo de practicar nudismo. No, no hablo de eso.
Así, que ahora puedo reconocer, que durante muchos años he estado enfatizando en las formas y en la estética. He de confesar, sin necesidad de un sacerdote, que dentro de mí habita una tendencia casi sobrehumana a consentir que las formas se impongan. Así que cada mañana cuando abro los ojos sé que en ese instante comienza una batalla despiadada. Una especie de guerra sin cuartel contra las apariencias para evitar que accedan y tomen por asalto  lo que realmente me hace humano: la posibilidad de equivocarme y comenzar de nuevo. Y no sólo yo. También me doy permiso para que los demás se equivoquen y puedan comenzar de nuevo.
Ya sé que últimamente me he estado dando muchos permisos. Que he estado haciendo viajes. Que he estado intentando comprar aceite de ballena en los pueblos pesqueros de Noruega. Pero es que quiero curarme. La lucha contra las apariencias producen laceraciones en la piel y heridas internas. Y para una herida interna, la cosa más soberana del mundo es aceite de ballena. Y si no, que se que lo pregunten a Jonás.



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