Cantando bajo la lluvia.

Vengo de una cultura donde se canta.Y se canta no sólo cuando estás alegre, sino cuando estás triste también. La isla donde nací está llena de canciones. Vengo de una familia donde no había que esperar estar bajo la ducha para cantar, sino que cantábamos en cualquier espacio de la casa. Nuestra casa estaba llena de canciones. Vengo de una tradición cristiana donde cantábamos no sólo para decir a Dios lo que creíamos de El, sino para mostrarnos agradecidos y compartir la esperanza. Nuestra iglesia estaba llena de canciones. Pero con los años he dejado de cantar.
Es como si al cruzar el Atlántico alguien me hubiera explicado, con lujo de detalles, que las canciones sólo son entretenimiento. Que las canciones no son útiles ahora, que con los supermercados ya tenemos suficientes. Que las canciones ya no dicen nada de Dios ni de mí, que para eso está la teología y sus dogmas y las emociones. Nada hay tan peligroso como creerse algunas cosas que nos dicen. Llevo días sin cantar. He estado viviendo y me he estado absteniendo del canto. Como también me abstengo del chocolate. Pero lo he estado haciendo mal. Ahora lo puedo reconocer. Cuando declamamos lo que hay dentro de nosotros muchas cosas se pueden ver y tocar. Con las canciones pasa lo mismo:  materializan lo que llevamos dentro.
La historia de los hombres y las mujeres es la historia hecha canción. Nos cantan cuando estamos en el vientre de la mamá. Nacemos cantando; pero los adultos confunden nuestra canción con el llorar. Pero la verdad es que cantamos o lloramos para llenar los pulmones con aire. Necesitamos que lo de adentro salga y lo de afuera entre. El canto nos hace vivir. Quizás este sea uno de los secretos de la vida. Pero es un secreto simple. Primario. Antiguo. Cuando cantamos dejamos salir algo de nuestro corazón; pero a la vez damos permiso para que entre otras cosas. Y el final, nos iremos de este mundo mientras alguien entona una canción.
Ahora sé que no tengo excusas para permanecer aislado. No tengo pretexto para permanecer en el dolor. No tengo disculpas para mantenerme alejado. No tengo coartada para etiquetarme como insensible. Ahora puedo cantar. Ahora puedo darme permiso para levantar mi canto y no necesito que me digas que tengo buena voz. No lo preciso.
Sólo requiero que sea un canto valiente. Una canción que abra caminos en medio de la jungla. Que me enfrente a las dificultades sin temor. Que me haga recordar de dónde vengo y a dónde voy. Si, necesito cantar, para seguir viviendo. Incluso bajo la lluvia.



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