Cuando nos abrimos a la fe.

No conozco a gente masoquista. Más bien todo lo contrario. Conozco a personas que hacen todo lo que está a su alcance para alejarse del dolor. Pero irnos lejos del dolor sólo es útil si lo hacemos antes que nos causen heridas. Si no has tenido tiempo para escapar y te enfrentas a él no tienes más opción que atravesarlo. Como si fuera una tormenta de verano  que llega sin avisar. Como si fuera una bruma al atardecer en el mar. Como si fuera un banco de niebla en medio del valle.
Hay días que no nos queda más remedio que aceptar la idea que estamos en medio del camino con el dolor rondando. ¿Y frente al dolor que hacer? Vivimos días en que las personas quieren respuestas para todo. Y a veces no tengo respuestas para nada. Pero estoy aprendiendo de las hojas que caen al agua. No se retuercen ni se agitan. No gritan ni buscan un culpable. Sino que se dejan llevar con tranquilidad. Yo creo que se abren a la fe.
Siempre estará ahí. El dolor siempre volverá. Algunos dicen que como las golondrinas. Otros que es como la gripe de otoño. Pero nuestra manera de asumirlo es agarrarnos a lo que tenemos cerca para no hundirnos en él. Pero la vida, me está enseñando que nuestra manera de abrirnos después que hemos sido doblados por el dolor es primordial para saber si seremos sanados o no después de la batalla.
Y es que algunas heridas necesitan de más fe que de vino y aceite.

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