Donde viven los monstruos.


Todo lo que necesité aprender para la vivir en este mundo lo aprendí en el pre-escolar. Aprendí,  por ejemplo, que debajo de la cama vivían unos monstruos y aprendí a vivir en comunidad y a perdonar. Vivir en comunidad me imagino que sepan lo que es. Es más o menos lo que intentamos hacer cada domingo a las once de la mañana en nuestra capilla. Es lo que hacen los niños en el colegio. Es lo que hacen los jóvenes en la Universidad. Es lo que hacen los padres en los trabajos. Es lo que hacen los abuelos en las residencias. Pero con el perdón albergo algunas dudas, pues muchos de nosotros nos cuesta hacerlo práctico. Real. Y no nos damos permiso para ofrecerlo.
¿Por qué la gente no perdona? Hay miles de razones. Todos tenemos nuestras excusas. Y las excusas son como trincheras abiertas en tiempos de paz. No perdonamos, por ejemplo, porque necesitamos una especie de chivo expiatorio que cargue con nuestro dolor y a veces no lo tenemos a nuestro alcance. No perdonamos porque aun nos hace llorar el hecho que mamá y papá no hayan sido como nosotros queríamos que fueran, porque los amigos nos dejaron solos cuando más los necesitábamos, porque Dios nunca escuchó nuestras oraciones, o porque la Iglesia no me dio lo que yo esperaba.
Entonces, ¿qué es el perdón? Perdonar es, entre otras cosas, estar dispuesto a olvidar las ofensas que hemos recibido. Es, también, no esperar que las demás personas satisfagan continuamente todas mis necesidades o deseos. Perdonar es asumir el criterio de que todos tenemos heridas. Y es que como todos tenemos garras acabamos algún que otro día, haciendo daño. Todos vivimos con dolores y desengaños. Todos vivimos con esa sensación, casi secreta, de que estamos solos escondida bajo el ropaje del éxito y la laboriosidad. Todos vivimos con un extraño sabor en la boca, un sabor de sinsentido, a pesar que las personas nos dicen: Eres alguien especial. Finalmente, perdonar es comenzar de nuevo. Pero a muchas mujeres y hombres que conozco no les gusta comenzar de nuevo; pues tienen mucho miedo a que les vuelvan a causar heridas. Ya sabes, tenemos garras.
El temor es el principal enemigo del perdón. Por eso generalmente nos quedamos callado ante una laceración en el corazón. Preferimos no decir nada a que la gente sepa cuánto sangramos. Cuán humanos somos. Cuán frágiles. Aparentamos que vivimos en comunidad, pero en verdad estamos lejos, la mayoría de los días los unos de los otros. Y es que tenemos razones para no entrar a la fiesta que se celebra en nuestra casa. Para permanecer donde viven los monstruos.
Los que no pueden perdonar asumen el rol  del hermano mayor que se siente traicionado por la familia que recibe con los brazos abiertos al hermano pequeño que se había ido de casa y tras gastar todo el dinero regresa buscando amparo. Si, definitivamente una señal de no-perdón es negarse a celebrar en comunidad. Es no darse permiso para comer y bailar junto a los que se habían perdido y han sido encontrados. El no-perdón nos hace vivir con miedos. Nos hace vivir debajo de la cama. Pero ahora viene la buena noticia.
El amor echa fuera el temor.







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