Algunos dicen que soy un idealista.

Cuando le explico a los empresarios lo importante de aplicar políticas más compasivas hacia sus obreros, algunos dicen o piensan que soy un entrometido. Que no debería mezclar la religión con los negocios. Cuando converso con los estudiantes universitarios sobre lo útil de ser compasivo con los padres, con los amigos  y con ellos mismos, algunos dicen que soy un idealista. Que no debo mezclar el  presionado mundo de la Universidad con la espiritualidad. Que la Universidad es un lugar para la ciencia, no para la fe. Pero poder hablar de la compasión en medio de estos días es lo que mejor puedo hacer y lo que me hace dormir, con alguna paz en el alma, cuando en la noche pongo la cabeza sobre la almohada.
Hablar de compasión en estos días es una herejía. Es como blasfemar. Es ser antisistema. Y políticamente incorrecto. Nada atenta tanto contra el espíritu de la competitividad y la autorealización de nuestra cruda realidad, que abogar por la compasión. La compasión es todo lo contrario a ese ejercicio nuestro de cada día de aferrarnos a nuestras certezas, nuestros dogmas o nuestras filosofías. La compasión le dice a nuestras preferencias y a nuestras antipatías que emigren. Que se vayan lejos. Que nos den la oportunidad de ser personas. La compasión es para la fe lo mismo que la experimentación para la ciencia.
La compasión de la que le hablo a los empresarios y a los universitarios proclama que sabemos muy poco de nuestro mundo. Que no nos conocemos lo suficiente como para darnos permiso de ignorar a los que son  o piensan diferente a nosotros. La compasión dicta que tenemos que abrir un espacio entre nosotros para el otro, aun corriendo riesgos. Pero es que todo en la vida es un trance. Incluso el amor. Cuando nos enamoramos es que descubrimos que la otra persona existe. No antes. Y es que el amor y la compasión nos abren los ojos a la otra realidad. La que no vivimos aun. La que está del otro lado del velo. La que vemos como a través de un espejo.
Algunos dicen que soy un idealista. Y sospecho que tienen toda la razón del mundo en tal afirmación.


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