Compartimos el mismo Ebro.

Los dinosaurios tienen la secreta esperanza de que me muestre ortodoxo. Inamovible. Fuerte. Que sea un refugio en medio de la ventisca. Confían en que si yo me muestro fuerte ellos podrán mostrarse débiles. Atesoran la esperanza de que si yo no lloro o me enfermo ellos podrían derramar lágrimas y se darán permiso para que alguna gripe les asalte. Los dinosaurios esperan que el pastor asuma una realidad que ellos han abandonado.
Pero si nos miramos a los ojos, después de comer pan y beber vino, nos daremos cuenta que todos compartimos el mismo río. Pero hay mas. También descubriremos otras cosas. Descubriremos por ejemplo que las apariencias no sirven de mucho cuando hablamos del dolor y de la alegría. Que son muy pocos los ríos que viajan por debajo de la tierra. Que la mayoría fluyen por los valles o caen desde las montañas. Que la vida no es como nos imaginamos que es. Que hay muchas cosas que se podrían cambiar en el mundo.Que la vida es como es y que hay que mirarla de frente. Que a veces, las circunstancias,  nos abren los ojos y otras nos los cierran.
Si, ya lo sé. A veces hablamos idiomas diferentes. A veces nuestra geografía no es la misma. Pero  hay cosas que nunca dejaran de ser similares: el agua y la sangre.
Cuando nos sentamos de frente, cuando nos tomamos de la mano y decimos lo que llevamos dentro, todo el agua interna sale a la superficie. A flor de piel. Algunos pensaran que se trata de sudor, pero no, es la emoción. Y mientras tengamos agua tendremos vida. Y mientras tengamos vida tendremos fe. Y si hay fe, bueno si hay fe, podremos mover las montañas y cambiar los cauces de los ríos.
Los dinosaurios tienen sus anhelos y yo los míos. A veces vemos el horizonte de manera diferente. Pero hay un momento, un instante, generalmente en los atardeceres, donde compartimos el mismo Ebro.

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