Discutir es una enfermedad.

Con el paso de los días hay palabras que pierden su utilidad original. Discutir es una de esas palabras. Puede ser una conversación donde se enfrentan y se defienden posiciones contrarias o la oposición que alguien hace o dice. Pudo haber sido eso. Pero ya no. Y hasta pudo asociarse a la idea del debate. Pero la realidad nuestra es poderosa. Y cuando las emociones entren en escena el debate comienza a ser una guerra sin cuartel.
En algunas manadas de dinosaurios está prohibida la discusión. Ellos creen que el discutir fue uno de los inventos del diablo en el comienzo de los tiempos, por lo tanto no es una práctica aconsejable. En otras la discusión es un hábito. Una manera de afianzar la identidad, de proclamar la modernidad y de perder tiempo. En los rebaños que más discusión hay es en los que menos cosas benignas se hacen. Los dinosaurios más viejos afirman que cuando discutes con otro, siempre saldrás perdedor. Que discutir es una enfermedad.
Discutimos para imponer nuestra manera de ver el mundo. Discutimos para que las cosas se hagan según nuestro criterio. Discutimos para que las Escrituras se interpreten como nos gustaría. La finalidad de la discusión siempre es elevar el yo sobre el nosotros. Sabemos cuando comienza una discusión, pero no cuando ha de acabar. Y es en el preciso instante que comienza la discusión, y que dejas que las emociones entren en escena, que te puedes contar como un perdedor más.
Lo contrario a la discusión es la aceptación de decir: en el otro hay razón. Ya sé que esto no nos gusta, que la aceptación no tiene buena prensa en estos días, que los libros de autoayuda que vende el Corte Inglés no van por ahí y que la tradición filosófica de la que hemos mamado nos empuja más a  construir trincheras que a erigir puentes. Pero en algún momento habrá que luchar contra la corriente e ir río arriba.
En las clases de Consejería Pastoral para Dinosaurios me repitieron hasta la saciedad que nunca discutiera con alguien a quien pretendía escuchar y curar. Que podía hacer preguntas para hacerme una idea más clara del asunto. Y es que cuando se discute se escucha poco y se hiere mucho. La discusión es todo lo contrario a la poiménica. Cuando asumimos una actitud receptora, tolerante, nada acusativa, la otra persona sabe que no será juzgada, se aquieta y se da permiso para que la paz y la confianza le tomen por asalto.
¡Cómo me gustaría que te dieras permiso para que la paz y la confianza te tomen por asalto!

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