Intrascendencia.

Primero fue combatir a los disidentes con debates en las plazas públicas. Seguidamente, cuando la discusión no fue útil se les declaró herejes y se les podía matar a pedradas. Después cuando no habían enemigo vivos y declarados se comenzaron a proclamar dogmas para que los sobrevivientes de la limpieza supieran donde estaban los límites de la fe. Después vino lo que vino, como un alud de nieve que baja por la montaña sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo, que si las mujeres no podían hablar en la comunidad, que si el pan y el vino era solo para los bautizados, que si la tradición es más importante que el amor, que si al cantar se pueden alzar o no los brazos, que si había que entregar el diez por ciento de tu salario para ser un bendecido por Dios y así hasta lo que vivimos ahora en esta parte del mundo que se denomina cristiandad: hemos hecho de la iglesia una fortaleza. Y nos hemos quedado dentro. Y nos hemos quedado solos. ¿Qué será lo próximo que diremos desde nuestra trinchera para salvaguardar la fe?
Los cristianos estamos llegando tarde al siglo XXI. Y están llegando sin sabor y sin alumbrar nada. Alguien diría que sin ser sal y sin ser luz, pero yo no lo diré. Los esfuerzos que realizamos parecen encaminados a tomar prestado de la cultura del espectáculo todo aquello que nos haga relevantes. Pero en ese hacernos a la imagen y semejanza  a las costumbres y hábitos de nuestro tiempo hemos dejado entrar en las instituciones, en los templos, en las capillas y en los ministerios la frivolidad. Y es que convivimos con una frivolidad en la fe que no nos molesta. Que no nos irrita. Que no nos indigna. Y por tanto no nos sentimos culpables.
El cristianismo es frívolo cuando hace gala de unas tablas de valores tergiversados. En desequilibrio. Cuando se dio licencia para que las formas fueran más importantes que el contenido. Cuando se dio visado para que las apariencias fueran más apetecibles que la esencia. Cuando se dio el consentimiento para que los gestos y los símbolos fueran más trascendentes que la Palabra.
Cuando en nuestra fe no hay otro emblema que ofrecer un  espectáculo interno para pasarlo bien cuando estamos juntos y poner como señal la indiferencia ante el mal externo es muy arduo compartir buenas noticias. Ser alguien en el mundo. Ser trascendente.


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