Lo que hay debajo de las olas.

Hay días que me pregunto cómo me perciben mis amigos. ¿Con qué ojos me mirarán? ¿Con los del rostro o con los del corazón? Hay días que me gustaría saber cómo me recordarán cuando ya no esté. ¿Qué imagen heredarán de mi? Hay días que me observo tan diplomático, tan adecuado, tan correcto, que reconozco que esas cosas sólo inspiran distancia. Pero debajo de la ropa negra hay una persona. Espero que nadie se deje domesticar por las apariencias. Que nadie se quede con el aspecto y que mire más. Adentro.
En realidad soy una criatura de isla bastante ortodoxa. Nací rodeado de agua por los cuatro puntos cardinales. Lo primero que hice después de gritar como un condenado porque tenía hambre fue mirar e intentar ver más allá del horizonte. Más allá de la primera mirada. Esto me ha marcado el resto de mi existencia. Eso me ha llevado a donde estoy y a lo que hago.
Cuando comienzo el día y abro la  ventana lo primero que aprecio son algarrobos florecidos. Cuando miro las noticias del telediario de las tres de la tarde los algarrobos ya no tienen tantas flores. A primera vista el mundo que entra al salón de mi casa está inundado de malas noticias. Hoy las he contado. No hay una sola buena noticia. El telediario es lo más parecido al antievangelio. Las malas noticias están correlacionadas con nuestra manera de ver el mundo que habitamos.
Cuando alguien me a hablado por primera vez  mi primaria impresión, a veces,  no ha sido tan buena. Y no porque la otra persona vaya vestida de manera  poco estética. No, la razón real no es esa. Siempre buscamos excusas para no enfrentarnos a la cruda realidad. Lo que pasa es que la mayoría de las veces  miramos a los demás con los ojos de la superficialidad, del juicio, de la critica, de lo aparente. Y esto nos hace equivocarnos. Y mucho.
Con los días estoy aprendiendo que las personas que son diferentes a mí en verdad no son tan diferentes. Tenemos en común los miedos, las añoranzas y hasta el deseo de sentirnos queridos por alguien. A los ortodoxos y a los heterodoxos no nos gusta morir solos. Y eso nos hace humanos. Despiadadamente humanos.
Ahora está oscureciendo sobre la ciudad. En Zaragoza los atardeceres son apacibles a pesar de que el mar está lejos. Me he detenido frente a los algarrobos florecidos y con una mirada honda los he vuelto a mirar. Los trato de ver con los otros ojos, los del corazón. Y lo que veo me aquieta. Admito la idea de que necesito ver la vida como mismo miro al mar. Al mar lo veo con los ojos de la serenidad. Y por eso lo que hay debajo de las olas me da paz. En el corazón.
Cuando hay paz en el corazón las noticias que llegan comienzan a ser buenas.

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