Orar en medio del miedo.

Los dinosaurios de esta orilla del río tienen tres maneras de responder  ante una ofensa. La primera es muy pasional, la oposición. La practican la mayoría de ellos. La segunda es más física, se trata de la aceptación. Esta es más elitista. No todos están dispuestos a darse éste permiso. La tercera es la rendición, es una mezcla de pasión y de esfuerzo físico. De esa quiero hablar ahora. Es la que me tiene enamorado. Los dinosaurios que la practican son poquísimos y están en peligro de extinción.
Cuando un dinosaurio se rinde está diciendo que de alguna manera está dispuesto a abrazarlo todo. E incluso a los que le causan heridas. Pero los abrazos sólo son el principio de un proceso de acercamiento. Después vendrá mas. Si no miren a los enamorados: comienzan abrazados y después se comen a besos por no saber que decirse.
La rendición es diferente a la aceptación. No es lo mismo. Cuando te rindes estas abriendo un espacio para que el que te causó la herida se haga presente. Y ese espacio lo abres sin miedo. Sea que te rompan el corazón, que se acabe una amistad o tengas que decir adiós a quien amas, mientras haya miedo no hay rendición. Vivimos con miedos. Y el miedo hace un coro a nuestro alrededor.
Nuestros padres nos han enseñado a ser competitivos, a comer en restaurante de tres tenedores, a hablar dos lenguas, a aparentar ser valientes cuando el temor nos devora el alma, a estar prevenidos contra los desastres a toda costa; pero toda esta preparación se ha convertido es una especie de prisión.
La desesperanza nos condiciona más que los amaneceres. Y es que no estamos capacitados para enfrentar el dolor. Por eso viajamos con paracetamol, con un mapa y con un mp3. Hemos aprendido a protegernos de los demás; pero no de nosotros mismos. La rendición no sólo nos hace abrir las puertas de nuestra fortaleza, sino que nos empuja a darle la llave de nuestro corazón a otro ser viviente para que ilumine con una lámpara nuestros rincones más oscuros. La rendición es la antesala de la bendición.
Las ofensas seguirán llegando. Como también lo hará la ternura y las caricias. Así que me estoy entrenando para apropiarme de todo lo que a mi puerta llegue. He comenzado a orar para coexistir con mi desconsuelo y tener la fuerza de transformarlo. Por lo pronto hago flexiones de pecho mientras repito una plegaria: Que en medio del miedo yo sea valiente. Que en medio del miedo yo sea valiente. Que en medio del miedo yo sea....

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