Rompiendo el cascarón.

Los dinosaurios dicen tener creencias. Algunos hacen gala de una fe poco tradicional. Los más valientes se atreven a decir en lugares públicos que creen en Dios. Pero una cosa es proclamar lo que creemos como si fuera una confesión y otra muy distinta creer de verdad. Lo que hay entre ambas acciones es una delgada línea. Y a veces esa línea es transparente.
Hay días en que es muy fácil decir creo en Dios, pero a la vez nos ofrecemos espacios para dudar de El, para desconfiar de su amor, para tener incertidumbres sobre el paraíso, para titubear sobre el infierno. Hay temporadas en que es más fácil arroparnos con la armadura de un creyente, pero a la vez mostrar perplejidad ante los milagros cotidianos, titubear ante la acción de gracia de tener pan sobre la mesa y vacilar ante el dolor del vecino. Más que fe atesoramos dudas. Creemos en las dudas. Y cuando comenzamos a creer en ellas nos detenemos. No podemos dar ni un paso mas. Es como estar encerrado dentro de un huevo. No podemos ir a ningún sitio ni ver  el cielo.
Lo opuesto a la duda es la confianza. Es su antónimo. Creer es esperar lo que aun no llega. Caminar es tener fe. No sabes lo que te espera en algún punto del horizonte pero sigues avanzando hacia él. Cuando tenemos fe ninguna cosa nos puede detener. Ni las montañas, ni el océano, ni el abismo, ni la muerte. Por eso el amor nos sobrevive. Por eso la primera cosa que nuestra madre nos dijo fue ama. Las madres son sabías. Saben que sin amor no llegaremos a ningún sitio ni seremos nadie.
Desde que los días han comenzado a hacerse largos, desde que las lluvias han llegado al valle del Ebro estoy animando a los dinosaurios a que avancen en pos de pastor más verdes. Y avanzar es ir hacia delante. No hay otra manera de romper el cascarón que ir hacia adelante. No sabemos lo que nos espera pero avanzamos. No podemos descifrar como será vivir fuera del cascarón; pero tenemos fe.
La manada a comenzado a moverse.

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