En el valle los amaneceres son inquietantes.

En la manada de dinosaurios la presión es un instrumento indispensable. Y es que la manada es una metáfora de la sociedad en que vivimos. Existe la creencia que el dolor es necesario. Es una creencia firme. Una especie de credo. Yo albergo algunas dudas al respecto. Pero los ejemplos hablan por sí mismos. Si alguien nos da un empujón nosotros avanzamos, sin llanto y dolores el niño no viene al mundo, sin lágrimas nadie sale de este mundo, sin caídas no podríamos levantarnos y ser la persona que somos,  sin crisis no buscaríamos soluciones.
Así que tengo dinosaurios en la manada que acogen el dolor como si fuera un regalo. Como si fuera algo caído del cielo. Y si soy sincero he de admitir que alguna vez, en el pasado, también lo he hecho. Pero ya no. Ahora no me doy ese tipo de permiso. Ahora conozco de la inutilidad del sufrimiento. Y si un camino estaré recorriendo durante el verano ha de ser uno que me lleve de la queja a la gratitud.
En nuestra cultura la queja es una especie de anestesia. Es un rezo que nos vuelve inconscientes. Una plegaria que no produce beneficios. Y cuando la noche llega solemos estar con miedo. Con mucho miedo. La queja no susana ninguna herida ni nos hace valientes. En el valle los amaneceres son inquietantes porque no sabemos lo que las primeras luces nos traerá. Y es que el sufrimiento no es un regalo deseable. Cuando vivimos con el dolor pegado a la espalda no podemos avanzar. No podemos experimentar eso que un día nos prometieron. Eso que se llama vivir.


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