Estoy caminando hacia el horizonte.

Estoy caminando. Llevo cuatro días de viaje. El camino es arduo y aprieto los labios. A veces quiero tirar la toalla y gritar a los cuatro vientos No puedo más. Pero no lo hago. Sigo caminando. Eso de nacer rodeado de agua a veces tiene sus ventajas. Te hace tenaz. Te hace silente.
De niño fui feliz y dónde quiera que mirara había verde. Mi infancia fue abierta y segura. Si alguien tiene dudas puede ver las fotos que atesoro de ese tiempo. En ellas aparezco enseñando los dientes. Al crecer fui perdiendo el sosiego y el campo se convirtió en ciudad. Con los años me convertí en un hermano mayor responsable, serio, organizado, pulcro y motivo de orgullo para la familia; pero quejoso. Me hice adulto tasando a la alza la queja. Y cuando me enseñaron que Dios era el responsable de nuestras dificultades guardé silencio. Un silencio que mostraba más descontento que aceptación. Así que he estado iendo de aquí para allá y de allá para acá disgustado con Dios. Irritado con Jesús. E indignado con el Espíritu Santo.
Pero también he estado encrespado porque no quería para mi el mundo de mis padres, lleno de convencionalismos y tradiciones. Airado porque no quería vivir en una tierra donde las cosas buenas solo pasaban en las noticias de las ocho de la noche. Enojado porque mi hermana podía pedir la parte de su herencia e irse lejos y yo me quedaba en casa haciendo lo que se esperaba de mí. Cabreado porque sólo teníamos dos estaciones: la de lluvia y la de seca. Malhumorado y sin ganas de participar en ninguna fiesta no he perdido ocasión de quejarme. Y una cosa ha llevado a la otra. He estado solo. Y es que la queja nos lleva a la habitación de la soledad sin previo aviso.
Cuanto más nos quejamos más sufrimos. Es una ley que no está escrita en ningún lugar, pero que nos debían enseñar tan pronto aprendimos a hablar.Cuando entendí esto miré mi agenda y pospuse los programas por una semana.  Ahora llevo cuatro días sin quejarme. Es una promesa que me he hecho a mi mismo. A veces tengo unos deseos enormes de romperla y es que me rodean muchos motivos para gemir. Pero no gimo. Los viajes han de hacerse hasta el final. A pesar de las ampollas, del calor, de las nubes grises en el cielo hay que seguir andando. Estoy aprendiendo a convertir la queja en un motivo de gratitud. Ya no espero estar alegre para mostrarme agradecido. Ahora estoy caminando hacia la persona que seré. Estoy caminando porque he estado perdido. Estoy caminando porque he sido encontrado.
Caminar hacia el horizonte. Eso es lo que hacen los hijos de Dios.




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